miércoles, 21 de mayo de 2014

Mayo, mes de Europa (7 de 7): El europeísmo de UPyD





















El programa de UPyD está compuesto por 52 páginas con escasas concesiones estéticas. Las precede un índice de horma casi académica; no en vano el cabeza de lista, Francisco Sosa Wagner, es catedrático de Derecho administrativo, circunstancia que impregna el texto. En él se conjuga pragmatismo y amplitud de miras; las propuestas se hallan articuladas en un auténtico plan de acción. Abarcan un amplio abanico de asuntos en perspectiva netamente europea – y éste es, a mi modo de ver, su valor distintivo: UPyD ha conseguido modular su programa en clave europea y de forma constructiva (¿qué otra cosa se busca unas elecciones como éstas...?). 


Dos ámbitos se me antojan decisivos, ambos detenidamente desglosados: el marco político y el tejido cultural; se dedica también amplios apartados a las cuestiones financieras, energéticas y económicas. Así, el hincapié en la ciudadanía europea “real y efectiva” se sustancia en numerosas propuestas: fortalecimiento del Parlamento frente al Consejo Europeo; simplificación administrativa; inicio de un proceso constituyente; unificación de la política exterior, migratoria, de defensa y solidaridad internacional; unión fiscal; cohesión laboral y sanitaria; promoción educativa de los valores que fundamentan “lo europeo”. Todo ello queda hilvanado por la propuesta marco de caminar hacia unos Estados federales, conscientes de su herencia cultural y solidarios interna y externamente. 

Tomando distancia, parece que en el cotejo de los programas emerge un fenómeno: la inanidad de los grandes partidos para afrontar con ideas los desafíos europeos. Si atendemos a los discursos de estos días, esa impresión se refuerza; y es que las campañas pivotan en torno a lemas y descalificaciones que aburren. Quizá resulte excesivo el peso burocrático de PP y PSOE e inasumibles sus intereses internos; quizá llegue ya para ellos, hinchados y abotargados por el éxito, el cambio de ciclo. Las formaciones que ocupan posiciones intermedias jugarán en estos comicios –y aún más en los próximos– un papel crucial. Para que ello contribuya a la renovación de la convivencia será preciso que estos partidos huyan del populismo (talón de Aquiles de IU) y aspiren a metas razonables (fortaleza programática de UPyD). 

Serán buenas noticias para los que nos sentimos ilusionados por un proyecto común basado en la cultura compartida y en la solidaridad. Cien años después del inicio de la Gran guerra, Europa se encuentra, de nuevo, en un cruce de caminos.

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Extracto del artículo propio “Cuatro programas para Europa”, publicado en el diario Levante de Valencia (16/05/2014, p. 30). En la imagen: mapa de Europa realizado en 2009 por Septem Trionis empleando el programa Textorizer (fuente: flickr.com).

Mayo, mes de Europa (6 de 7): IU, luces y sombras




















Son 80 las páginas, en tipo de letra bastante reducido, que los de IU dedican a su programa. Lo cual revela dos asuntos: primero, que no han escatimado esfuerzos intelectuales; segundo, que no subestiman a los ciudadanos. Con mucho interés he leído los capítulos sobre investigación, cultura o promoción de la paz, cruciales para una reflexión política a gran escala, que a PP y PSOE –a juzgar por el espacio que les reservan– no les deben haber parecido tales. No pocas de las medidas resultan lúcidas. Destaco aquí la consideración de los contratos de deuda pública para rescatar el sistema financiero como “deuda odiosa”, que habría de ser pagada por los propios bancos; varias de las propuestas sobre instituciones, empleo, asilo, vivienda, justicia y medio ambiente son muy atractivas. 


Sin embargo, hay algo que me inquieta en el programa de IU. Aquí y allá aparecen “relámpagos de fanatismo” que parecen cegar al redactor. Así, la propuesta de nacionalizar las grandes empresas en ámbitos como sanidad, banca, energía y educación (p. 18) no augura eficiencia ni casa con la libertad de emprendimiento; derogar los registros de terroristas de la UE, alegando que se trata de grupos de liberación nacional (p. 43), denota peligrosos supuestos ideológicos; retirar la calificación de patrimonio nacional a los edificios con uso cultual (p. 72) haría peligrar un grueso porcentaje de monumentos y, con ellos, uno de nuestros principales atractivos turísticos; reducir aún más el gasto en defensa y desmantelar las estructuras militares (p. 80) dejaría a Europa en una situación insostenible para su seguridad. 

Son botones de muestra de un texto meritorio pero muy desigual. Un texto que, por otra parte, merecería una corrección de erratas. 

Comparado con los demás, el programa de UPyD me ha parecido notable. Será la siguiente y última parada de esta serie.

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Extracto del artículo propio “Cuatro programas para Europa”, publicado en el diario Levante de Valencia (16/05/2014, p. 30). En la imagen: mapa de Europa publicado en 1640 en Ámsterdam por Willem Janszoon Blaeu en la obra Theatrum Orbis Terrarum y conservado en la Biblioteca Nacional de España (fuente: flickr.com).

martes, 20 de mayo de 2014

Mayo, mes de Europa (5 de 7): PSOE, el ruido y las nueces

























El programa del PSOE para las elecciones europeas se sustancia en 20 páginas de Declaración política; éstas, a su vez, beben del Manifiesto del Partido Socialista Europeo firmado el 1 de marzo en Roma. Las medidas no rebasan el ámbito de la generalidad, excepto en algunas ocasiones (por ejemplo, cuando se indica de dónde procederían los fondos que se propone emplear para incrementar el presupuesto de la Garantía de Empleo Juvenil). Por lo que respecta al desarrollo, la periódica referencia a la oposición (“la derecha”), como si fuera un argumento en sí misma, provoca hastío. Los socialistas optan por un formato espléndidamente diseñado, que combina texto, colores y logos con un acertado sentido estético – sin duda, el más atrayente de la campaña.

Semejante despliegue estilístico se aprecia en el folleto dedicado a la cabeza de lista, adornado con fotografías a mayor gloria de Elena Valenciano. Nos encontramos ante una política que se halla aún –por formación y resultados contrastables– en el inicio de su carrera y no con una figura realmente experimentada en lides de construcción europea. Una vez leídos los documentos, no se sabe muy bien qué es lo que el PSOE está en condiciones de ofrecer, desde el punto de vista de las ideas, para incoar la ambiciosa reforma que propugna.

Los programas de PP y PSOE resultan, cada uno a su modo, decepcionantes. Lo cual no hace más que resaltar las fortalezas de IU y de UPyD. De ellos me ocuparé mañana, comenzando por Izquierda Unida.

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Extracto del artículo propio “Cuatro programas para Europa”, publicado en el diario Levante de Valencia (16/05/2014, p. 30). En la imagen: mapa de Europa publicado en 1588 por Lucas Jansz Waghenaer en Leiden y conservado en la Biblioteca Nacional de España (fuente: flickr.com).

lunes, 19 de mayo de 2014

Mayo, mes de Europa (4 de 7): PP, largo programa sin miga















Las próximas europeas constituyen una encrucijada histórica. Y cada partido ha presentado, a modo de brújula, sus propuestas. A mi juicio, el cotejo de los programas arroja un balance sorprendente. Los partidos con experiencia de décadas en las instituciones europeas (PP y PSOE) han presentado textos genéricos y poco articulados; en cambio, las otras dos principales formaciones (IU y UPyD) han llevado a cabo un notable esfuerzo reflexivo. 

El programa del PP llama la atención. En primer lugar, por su envergadura: 119 páginas. En segundo, por su escasa índole europeísta. Nuestro papel en los comicios es contemplado en clave de beneficio nacional: “Hacemos de la defensa de los intereses de España en Europa nuestra principal política comunitaria” (p. 8); lo cual equivale a decir: nuestra política comunitaria es, en realidad, local.

En tercer lugar, el programa sorprende por su vaguedad. Las primeras quince páginas exhiben objetivos genéricos. Los siguientes epígrafes mantienen esa tónica, trufados de alusiones a éxitos precedentes y sin descender a detalles. Así, cuando se aborda la familia como objetivo estratégico, las primeras dos soluciones (de cinco) son la “progresiva convergencia de las políticas familiares en los Estados miembros” y la “mejora de las políticas familiares” (p. 32). Pareja indefinición afecta a los apartados sobre empleo, educación, cultura, innovación o energía. Resulta sangrante que se ventile el tema educativo en tres páginas (en la primera, un diagnóstico; en la segunda, una gran foto; en la tercera, algunas propuestas tan genéricas como “promover el desarrollo de la excelencia” y “fomentar la adquisición de competencias básicas”, p. 39). Más concretas resultan la sección sobre igualdad o las dedicadas a telecomunicación y transporte, agricultura y pesca (que, además, cuentan con un suplemento en los programas regionales).

En general, se aprecia que se confunde metas y objetivos con propuestas y medios para alcanzarlos. Todo ello convierte el texto en una declaración de intenciones con escaso valor programático. Habría que preguntarse si el conocimiento de las instituciones europeas que posee Miguel Arias Cañete contrarresta la liviandad del programa.

Se trata de una ligereza que comparte la propuesta del PSOE. Pero a ella me referiré en el siguiente post.

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Extracto del artículo propio “Cuatro programas para Europa”, publicado en el diario Levante de Valencia (16/05/2014, p. 30). En la imagen: fotografia de Samuel Ronnqvist (fuente: flickr.com).

viernes, 16 de mayo de 2014

Mayo, mes de Europa (3 de 7): La oportunidad europea











La macabra danza de la muerte iniciada hace cien años comenzó a cesar en 1945; pero podría haber empezado de nuevo, como sucedió cuando la siniestra lógica de los acontecimientos hilvanó la Gran Guerra con la Segunda Guerra mundial. A un grupo de hombres esforzados y pacíficos debemos el firme propósito de impedir que eso sucediera. Lo hicieron dando pasos cortos que se revelaron certeros. En 1949 se creó el Consejo de Europa; un año después, Schuman y Monnet firmaron la declaración sobre el Mercado Común de carbón, acero y hierro, germen de la Comunidad Económica Europea (CEE). 

La CEE tejió una sólida política exterior sobre asuntos como los conflictos de Oriente medio y próximo. De puertas adentro fomentó la cohesión a través de partidas dedicadas a infraestructuras (los fondos FEDER), proyectos de cooperación científica o ayudas a la movilidad de estudiantes (como el programa ERASMUS). A través de Eurovisión nos familiarizamos con países hasta entonces distantes en nuestro imaginario; la cancelación de las fronteras nos devolvió la libertad de movimientos que había caracterizado a la Europa prebélica. El 1 de noviembre de 1993, las monedas nacionales dieron paso a la divisa de una Unión europea que constituía ya el más exitoso experimento de pacífica convergencia política de la Historia. 

Poco después se empezó a atisbar las primeras brumas. Las políticas en materia agrícola, pesquera o industrial generaron resistencias internas. La crisis económica desatada en 2008 acrecentó la tendencia centrífuga, hoy patente en la falta de posicionamientos comunes en política internacional, en las fricciones con motivo de las medidas de austeridad (ejemplificadas por el deterioro de la imagen de Alemania en países como Grecia) o en la extendida desafección popular hacia las instituciones.

Por todo ello, las elecciones al Parlamento europeo que tendrán lugar el día 25 constituyen un desafío y una oportunidad. Cerrado el ciclo transcurrido entre la primera guerra mundial y el desmantelamiento de los bloques de la guerra fría, el momento histórico exige de nosotros una profunda conciencia de la necesidad de la paz. La elipse europea (1914-1989) ha de quedar en la memoria como recuerdo de lo que debemos evitar, cicatriz de un mal que hemos de combatir. La unión en el camino hacia la solidaridad es el camino de la paz. 

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En la imagen: detalle del Guernica de Pablo Picasso, óleo sobre lienzo fechado en 1937 (Museo Reina Sofía, Madrid).

martes, 13 de mayo de 2014

Mayo, mes de Europa (2 de 7): Cien años atrás










La primera guerra mundial, de cuyo inicio conmemoramos este año el centenario, dejó tras de sí una Europa herida en lo más hondo. A los quince millones de muertos y tres de mutilados hay que sumar el acta de defunción de algo más intangible, pero no menos real: la esperanza de los europeos en el advenimiento de esa sociedad más justa, libre y abierta que los desarrollos de las últimas décadas –tanto técnicos y científicos como artísticos y filosóficos– habían hecho barruntar.

La efímera paz de entreguerras fue una huida hacia delante. Conocemos el rutilante esplendor de los movimientos culturales en los años veinte y treinta: era la misma gran Europa que reemprendía la marcha tras cerrar en falso un paréntesis infame. Sabemos también que esa luz fue cegada por lo siniestro, eso que Freud caracterizó como síntoma de una perturbación olvidada que resurge. La Gran Guerra dejó en herencia otra aún más destructiva; albaceas de ese testamento fueron las compensaciones económicas exigidas a los vencidos, la inflación galopante y el empobrecimiento creciente de las masas sociales, el odio a las minorías agitado por ideólogos oportunistas, la confusión entre la lealtad a la patria y el apoyo a la locura.

La polarización del continente cristalizó en esos años frenéticos y suicidas. Un pueblo no debe dejar lo más importante –el porvenir de la paz– en manos de castas de poder alejadas de las inquietudes del hombre de carne y hueso, como pasó en vísperas de la primera guerra mundial y quizá aún suceda en nuestros días; ni debe confiar ese delicado futuro a visionarios cuyo horizonte es el de la nación excluyente, como pasó en la madrugada de furia que condujo a la Segunda Guerra mundial y quizá hoy suceda todavía.

Esos desdichados años nos han persuadido de hasta qué punto se puede aniquilar en pocas horas aquello que esforzada y pacientemente se ha construido durante siglos. En este 2014 haría falta un clamor, una marea humana, un canto que se eleve en calles y plazas, en pueblos y ciudades para renovar nuestro compromiso de no volver jamás cien años atrás.

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Artículo propio publicado en el diario Levante de Valencia (06/03/2014). En la imagen: detalle del Guernica de Pablo Picasso, óleo sobre lienzo fechado en 1937 (Museo Reina Sofía, Madrid). 

martes, 6 de mayo de 2014

Mayo, mes de Europa (1 de 7): La elipse europea





















Hace cien años arrancó la primera guerra mundial; hace veinticinco empezó a ser desmantelada la cristalización política más visible de la guerra fría. Entre 1914 y 1989 transcurre una dramática elipse temporal: lo que Hobsbawn calificó como el siglo más corto. Resulta difícil representarnos el paisaje de la Europa prebélica. Las técnicas aupadas por la Revolución industrial habían tendido redes de ferrocarril, tranvía y teléfono, renovado la iluminación y el trazado urbanos, higienizado calles y domicilios. La física cuántica afrontaba el mundo subatómico; el paradigma evolucionista permeaba ya la biología y la genética; el método psicoanalítico ensayaba un abordaje inédito a las honduras de la psique.

Mientras la tecnociencia proseguía su asombrosa marcha, los artistas reivindicaban para la época su arte y para ellos mismos su libertad; el continente brindó el escenario a vanguardias dispares que trajeron consigo una edad de oro en la pintura, la arquitectura o la música. En literatura se llevó a cabo algunos de los experimentos más chocantes y fueron redactadas algunas de las obras más sublimes. La filosofía desplegaba plurales matices en el arco que va desde el neopositivismo lógico hasta el movimiento fenomenológico y sus epígonos.

No era intachable esa Europa de los albores de siglo. Cobijaba profundas desigualdades entre clases sociales, entre hombre y mujer, adultos y niños; albergaba un vergonzoso elitismo en la toma de decisiones; nutría moldes políticos ya sentenciados por la Historia. Pero exhibía un nervio social y cultural que auguraba horizontes de paz y desarrollo. A pies juntillas lo creyeron tirios y troyanos, obnubilados por la fe en un progreso moral de la Humanidad que era trasunto de los imparables avances técnicos del XIX.

El estallido de la Gran Guerra supuso, por eso, una conmoción sin precedentes. En su soberbia autobiografía El mundo de ayer, Stephan Zweig rememoró los horrores de esa primera orgía mundial de la infamia. A bordo de un convoy militar escuchó a un anciano sacerdote pronunciar palabras que resumían la indignación y la vergüenza: «Tengo sesenta y siete años y he visto muchas cosas. Pero nunca habría creído posible semejante crimen contra la humanidad». Cien años después, a nosotros concierne no dejar perecer la memoria.

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Artículo propio publicado en el diario Levante de Valencia (09/01/2014). En la imagen: detalle del Guernica de Pablo Picasso, óleo sobre lienzo fechado en 1937 (Museo Reina Sofía, Madrid).