jueves, 24 de diciembre de 2009

Nochebuena















Parménides y Zenón a una se interrogan.
En aldea mísera
la dialéctica del ser y la nada
recibe un inesperado requiebro.
El eterno devaneo del tiempo cíclico
estalla desde dentro.

También nosotros nos hacemos preguntas:
¿Quién calmará hoy
del corazón marchito los anhelos?
¿Quién, dime, podrá desentrañarnos
de la angustia de nuestro tiempo exhausto
el tríplice secreto?

Constelaciones a una su nombre proclaman:
consejero, dios fuerte,
de la paz es príncipe y mensajero.
En aquella mísera aldea el niño
bajo las estrellas en silencio duerme.
Se aleja el miedo.

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En la imagen: "M45-Pleiadi", por Skiwalker79 (fuente: flickr.com).

lunes, 14 de diciembre de 2009

Hetairoi















Durante los últimos meses, salgo de una conferencia para entrar en otra. A mi participación en el congreso de Ávila sobre Edith Stein siguió la ponencia en el simposio sobre mente y materia en Sevilla. Ya en casa, hace algo más de una semana pude reencontrarme con el maravilloso público de La Ñora: asistió, animoso e interesado, a un buen rato de reflexiones sobre evolución y cristianismo en el doble aniversario de Darwin que celebramos este año.

El pasado viernes tuvo lugar otro de esos reencuentros. Uno de los más esperados. Con motivo de una mesa redonda en torno a Ágora, el último film de Amenábar, nos reunimos en la Biblioteca regional de Murcia. Éramos cinco en la mesa –Enrique, Marcelo, Feli, Higinio y yo–, cinco de los de antes, cinco de los de ahora. Fue emocionante comprobar que el paso del tiempo –en apariencia una vida, en realidad sólo unos años– ha ido dejando tras de sí un rastro de transformada firmeza, de anhelo de pureza espiritual, de serena conciencia de las heridas, de renovada juventud.

Muchos de los asistentes eran partícipes del cariz de nuestro reencuentro, y nos arroparon con afecto e interés. La cena posterior, un prodigio de amabilidad de los anfitriones, fue otra apoteosis gozosa con personas entrañables. Otros no pudieron estar, aunque hubieran querido.

Me dio por pensar que no estamos lejos de asemejarnos a los hetairoi que coprotagonizan la historia de Hipatia de Alejandría. Ellos constituían un grupo de camaradas guiados por la misma búsqueda intelectual, científica y espiritual, que Hipatia –llamada por Sinesio hermana, maestra y madre, bienaventurada– supo unir en la conciencia de su radical hermandad. Quizá también nosotros seamos hetairoi. Claro que lo somos: hermanados por una llamada que nos supera, que nos levanta de nuestra pobreza y día a día nos renueva.
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En la imagen: catarata Kjofossen, por Jürgen Kurlvink (fuente: flickr.com).

jueves, 3 de diciembre de 2009

Por una auténtica economía sostenible



José Luis Rodríguez Zapatero ha presentado en el Parlamento español una esperada novedad. Se trata de la Ley de Economía Sostenible [LES], cuyo anteproyecto fue aprobado el pasado viernes. La LES ha de poder convertirse en el vehículo capaz de reorientar la economía española hacia un nuevo paradigma, dado que el actual modelo productivo ha demostrado su incapacidad para asegurar un crecimiento duradero.

Se trata, pues, de ofrecer un marco normativo que permita vehicular un nuevo modelo. Un marco normativo es una estructura jurídica racionalmente organizada con arreglo a una idea rectora (una estructura, no una sucesión de disposiciones más o menos conexas). Un cambio de modelo productivo consiste en modificar la orientación de las actividades, en orden a alcanzar cierta cantidad y cualidad en los bienes o servicios que se consigue con el trabajo.

Sobre esta base, opino que la esperada Ley es poco más que un flatus vocis: una emisión de aire (eso sí, solemne). No es que las medidas que la LES incluye me parezcan erróneas: está muy bien que se acelere y abarate los trámites para crear empresas, que se fomente las rehabilitaciones arquitectónicas y las prácticas relacionadas con el ahorro energético, o que se procure moderar el gasto en las administraciones públicas. Nada en contra. Pero la ley debía convertirse en un marco normativo para lograr un cambio de modelo económico.

Un cambio real debería pivotar, a mi modo de ver, sobre la educación y la investigación. Resulta prioritario fomentar las condiciones necesarias para que los jóvenes, preparados a la altura de nuestro tiempo, se incorporen a proyectos (individuales, empresariales, institucionales) capaces de producir cultura, bienes y servicios de forma inteligente, solidaria, innovadora. Los Presupuestos generales del Estado para 2010 han reducido drásticamente la asignación al ministerio de Ciencia y Tecnología. Algunos analistas afirmaron entonces que dicha reducción podría verse compensada por una batería de medidas incluida en la LES. Por eso esperaba yo con interés las primeras declaraciones oficiales al respecto.

Pero no hay en la LES ambición real de cambio de paradigma, ni un proyecto progresista. Parafraseando a Juan Carlos Jirauta y Juan Manuel de Prada –ayer, en La tarde con Cristina–, la política española se parece cada vez más a una sucesión de macguffins [término de Hitchcock que alude a una excusa argumental que en sí no posee relevancia] o, si se prefiere, de inanes fistros [Chiquito dixit].

El cambio económico ha de provenir de una renovación moral, que priorice lo importante: la preparación esforzada y competente de los jóvenes, la dignidad de las condiciones laborales, la ética en las relaciones profesionales, la redistribución responsable de la riqueza, el valor de la cultura, la reprobación social de la usura y del despilfarro... La crisis actual ha mostrado con claridad meridiana que la especulación –nutrida de consumismo irresponsable– conduce a burbujas que fácilmente explotan. ¿Aprenderemos la lección? ¿O seguiremos entreteniéndonos con macguffins...?
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En la imagen: “Los Reyes magos son... los banqueros”, por Jaume d'Urgell (fuente: flickr.com).

martes, 24 de noviembre de 2009

Renacer



Ayer recibí un lacónico sms de una persona que me quiere bien, y que tuve el honor de contar entre mis estudiantes. El mensaje sonaba más que escueto: “Escribe”. Escribe, sí. Debo escribir. En mi descargo (por el silencio de las últimas semanas) diré que han supuesto para mí una experiencia del tiempo inédita en su vertical intensidad.

Sólo dos meses y pocos días distan de aquel 18 de septiembre, gozne de una nueva –y ya gozosa– etapa de mi vida. La reorganización en múltiples ámbitos, con la consiguiente quiebra de la rutina, ha provocado en mí una sensación de desfondamiento temporal y de apertura de cauces nuevos y meandros insospechados. La vida fluye enigmática, grave y ligera a un tiempo.

Sí, con gusto obedezco a la categóricamente imperativa estudiante de mi ya antigua Universidad. En realidad, no había dejado de escribir. Una súbita oleada de trabajo me ha mantenido haciéndolo durante las últimas semanas: sobre Kant, sobre Darwin –hoy se cumple el sesquicentenario de la aparición de On the Origin of Species en las librerías de Londres–, sobre Stein, sobre el problema mente-cerebro. Nuevos horizontes se abren. El desfondamiento servía de transición hacia una realidad más vasta. Morir para vivir: la cadencia perpetuamente renovada de la Naturaleza.

Ésta es una de las enseñanzas que las peripecias de los dos últimos meses me corroboran. La exhortación bíblica a no hacerse imágenes de los ídolos de este mundo posee un calado mayor de lo que quizá pensamos. Yo sólo consigo atisbarlo. El idólatra queda aferrado a una representación rígida de lo que le rodea y de sí mismo, que deviene mueca privada de espontaneidad. Ningún proyecto, ninguna imagen compensa esa privación. La libertad espiritual, tal y como la entiende el Cristianismo, aúna la grave responsabilidad de sí con una despreocupada confianza en la Providencia. He ahí el fundamento de una perseverancia insobornable e ingrávida. A ese volar libre se le llama nacer de lo alto.
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Ilustro esta entrada con una perspectiva de la costa mediterránea, que tomé junto a La Manga del Mar Menor (Murcia) el 01/11/2009.

jueves, 5 de noviembre de 2009

El desafío del crucificado



Desde ayer, Italia está siendo escenario de un significativo fenómeno popular. Se da la circunstancia de que una ciudadana de origen finlandés, Soile Lautsi, había solicitado en 2002 que se retirase el crucifijo del aula donde recibían clase sus hijos (en Abano Terme, Padua). La negativa de las autoridades locales, regionales y nacionales y su perseverancia había llevado el caso hasta el Tribunal de Derechos Humanos que tiene su sede en Estrasburgo, Tribunal que recientemente ha fallado a favor de la madre. La reacción de los italianos –tanto de un signo político como de otro– ha sido sorprendentemente rotunda: la mayoría parece considerar el fallo de Estrasburgo una injerencia en las tradiciones culturales del país.

Personalmente, no soy hombre de muchos símbolos. Es más, a veces me comporto de forma calladamente iconoclasta. En casa no los tengo, a excepción de un icono. Reconozco –¡por supuesto que sí!– su valor antropológico; no obstante, pesa más en mí la idea de que el cristiano está llamado a encarnar a Cristo en su persona. Se trata de que los hombres reconozcan a Cristo en otros hombres.

Soy consciente de lo lejos que me encuentro de ese ideal. Mis pecados me resultan demasiado evidentes, y me pesan. Sin embargo, no puedo dejar de reconocer la fuerza que brota del Evangelio, y la misericordia que experimento a diario. Esa fuerza y esa misericordia están grabadas a fuego en la historia de mi vida, con sus grandezas y sus miserias.

Por eso, la cuestión de los símbolos me resulta algo ajena. Con todo, hay en esta polémica un aspecto importante, que –a mi juicio– la ideología suele hurtar a la mirada. Me refiero a lo siguiente: ¿por qué resulta incómoda la presencia de un crucifijo en un aula? La sentencia de la Corte de Estrasburgo establece que constituye “una violación de la libertad de los padres para educar a sus hijos según sus convicciones y [una violación] de la libertad de religión de los alumnos”. Pretender que la presencia de un crucifijo en un aula coarte la libertad educativa o religiosa me parece, sencillamente, surrealista.

Pero intentemos razonar con algo más de rigor. Alguien me podría decir que el crucifijo es un símbolo cuyo valor no reconocen todos los estudiantes ni profesores. Es cierto: no todos los miembros de la comunidad educativa reconocen el mismo contenido en un símbolo religioso como el crucifijo. Sin embargo, todos ellos pueden encontrar en él un valor: para unos, el lugar donde Dios mostró su amor incondicional hacia el mundo, amor encarnado en el rostro del Cristo exánime; para otros, la prueba del heroico y ejemplar olvido de sí de un hombre que predicó la fraternidad activa; todavía para otros, el recordatorio subversivo de que los poderes de este mundo acogen mal la crítica de sus corrupciones y mezquindades. El crucifijo encierra un simbolismo polivalente. Pero entonces, ¿a qué se debe el rechazo…?

Mucho me temo que, en muchos casos –y más allá del lícito debate en torno al carácter secular de las aulas–, el rechazo del crucifijo se deriva de una radical incomprensión de lo que es el Cristianismo. Se lo considera una institución de poder, que pretendería extender (o mantener) sus tentáculos incluso en los ámbitos simbólicos (asimilados, pues, a órganos de propaganda). Se trata de una deformación de la esencia del Cristianismo, que pesa sobre algunos grupos sociales. No por casualidad, Soile Lautsi forma parte de la Unión de Ateos Racionalistas.

Me pregunto, entonces, qué actitud adoptar en esta coyuntura. Aprecio el valor cultural de la presencia del crucifijo, y reconozco que puede inspirar tanto a creyentes como a no creyentes. Ahora bien: me da la impresión de que, en nuestra polarizada España, una defensa militante del mantenimiento del crucifijo en las escuelas emitiría un mensaje ambiguo: no sólo no acercaría a Cristo a los hombres –que sólo pueden descubrirlo encarnado en otros hombres–, sino que podría sugerir que está en juego una cuota de poder (visual). Y el poder no es el camino. El camino es el servicio, que con tanta generosidad está prestando la Iglesia a nuestra sociedad en crisis. Un servicio que brota del amor y de la unidad.

La sentencia de Estrasburgo será recurrida. Suceda lo que suceda en esta partida, el auténtico desafío se juega en otra parte. Y ahí no se trata ya de símbolos, sino de realidad encarnada. Bellamente se dice en el título de una cantata de Bach: “Corazón y boca y hechos y vida”.
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En la imagen: “Cristo muerto”, de Antonello da Messina (1476).

viernes, 30 de octubre de 2009

¿Ángel? Gabilondo



Me cae usted muy bien, Ángel. Saludé con esperanza su llegada al Ministerio de Educación. Y es que usted desentona en el plantío de Ministros del actual Gobierno (lo cual sólo puede ser entendido como un piropo). Su iniciativa de favorecer un gran pacto de Estado en torno a la educación responde a una auténtica urgencia nacional, y le honra. Además, se ha dedicado muchos años a la Metafísica, cosa que también yo me enorgullezco de hacer – en mi caso, en diálogo con algunos grandes problemas de la Historia de la ciencia y de la Antropología filosófica (cosa que probablemente le agrade).

Por todo ello, me interroga su planteamiento sobre la duración de la enseñanza obligatoria. Sugiere que se podría ampliar ese período hasta los 18 años. Me pregunto a qué tipo de argumentación puede responder esa idea.

Si se ha seguido un itinerario formativo correcto, a los 18 años se posee un bagaje considerable y se está ya en condiciones de incorporarse al ejercicio de un trabajo. La inclinación a proseguir estudios no ha de ser presupuesta en todos los jóvenes; más bien corresponde a una cierta forma de ver el mundo y de verse en él. Por otra parte, la inclusión en las aulas de un número considerable de personas que no se sienten llamadas a ese tipo de formación no haría otra cosa que complicar aún más el ya depauperado último tramo de la formación pre-universitaria.

Una de las misiones de la educación estatal consiste en proporcionar a todos los que quieran servirse de ella –independientemente de su condición social– herramientas intelectuales suficientes para labrarse un futuro. Por eso, un buen sistema educativo estatal constituye una óptima plataforma de crecimiento y promoción personal. Ésta fue mi experiencia, como estudiante, en el excelente Instituto en que cursé el Bachillerato. Que los últimos Gobiernos, con su errática legislación al respecto, hayan depauperado el sistema hasta desactivarlo como plataforma de promoción, y que esto haya sucedido –muy en particular– durante las legislaturas socialistas, es algo que los ciudadanos con sensibilidad socialdemócrata no podemos justificar ni excusar.

Así pues, le pediría que devuelva esa idea al lugar del que no debió salir: el baúl de las ocurrencias. Tenemos ya suficientes. La sugerencia denota, en el mejor de los casos, un angelismo que mal se compadece con la realidad. (Algunos proponen una interpretación turbadora: según ellos, se trataría de una estratagema, sugerida por alguno de los miembros del Gobierno, para aligerar la creciente bolsa de parados; a una afirmación tan truculenta prefiero no darle el menor crédito.)

Tenemos muchas esperanzas depositadas en usted, Ángel. Ojalá haga honor a su nombre de pila.
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En la imagen: Ángel Gabilondo, 21/04/2009 (fuente: Ministerio de Educación).

jueves, 22 de octubre de 2009

Identidad



¿Qué somos? Dime, ¿qué somos? ¿En qué consiste este fiero persistir, y esta querencia de aferrarnos a la vida? Dime de dónde procede la conciencia reflexiva de sí, el aguijón que nos mantiene dolorosamente anclados a nuestra finitud – y que nos hace, a la vez, nuestros, presentes. Un yo que fundamenta el ser del que me lee, mi propio ser.

Salgo hoy hacia Sevilla, para participar en el estupendo Simposio anual que organiza Juan Arana en la Facultad de Filosofía. Me ocuparé en mi ponencia de la relación entre materia e identidad, a la luz de la evolución como clave hermenéutica. Qué pequeños son nuestros intentos frente a la inmensidad del océano.

Prodigiosamente lo ha representado Tarkovsky en su Solaris: somos recuerdos cristalizados en la superficie del cosmos. A nosotros compete la tarea de abrazar amorosamente el mundo que nos es dado, antes de que las aguas lo acojan de nuevo en su regazo. Esa tarea justifica la vida y el ansia de pervivencia. Somos, sí, el uno contenido en el otro: sinfonía de notas que se entretejen en el canto, común y al fin perfecto, con el que reconocemos nuestra propia insuficiencia y la gran deuda contraída.
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En la imagen: fotograma de Solaris, de Andrei Tarkovsky (Rusia, 1972).

viernes, 16 de octubre de 2009

Querido Alejandro, querida Hipatia



Esperaba desde hace meses la ocasión de ver el último estreno de Alejandro Amenábar, Ágora. Le precedían las noticias sobre el protagonismo de una filósofa de la que se tiene pocas noticias, Hipatia, que vivió los momentos precedentes al declive cultural de la Alejandría clásica y murió en el año 415 d. C. a manos de enfervorecidos fanáticos. Un elevado presupuesto y aires de peplum completaban las no demasiado entusiastas crónicas procedentes de la presentación en Cannes. Finalmente, ayer pude ver el film.

Mi primera reacción ha sido un sentido agradecimiento hacia Amenábar. En primer lugar, por llevar a la gran pantalla el periplo de una mujer comprometida con la búsqueda de la verdad (“¿No crees en nada?”, le preguntan sus desquiciados oponentes – “Creo en la filosofía”, responde ella). La pasión insobornable por la verdad nos une a los filósofos de todos los tiempos. Una verdad que en la narración queda encarnada en la incansable búsqueda del modelo cosmológico más acorde con los datos observacionales. En imaginativa pirueta histórica, Amenábar pone en relación a Hipatia con el heliocentrismo casi olvidado de Aristarco de Samos y con la introducción del modelo elíptico, llevada a cabo por Johannes Kepler trece siglos más tarde.

Pero Ágora entraña, también, el planteamiento de problemas intelectuales de primer orden. Entre ellos, la relación entre razón y fe y la posibilidad de corromper la experiencia religiosa, poniéndola al servicio de los poderes mundanos. Ante la interpretación torticera de las Escrituras, el prefecto Orestes –que, como la confundida protagonista de Los otros, ya no sabe en qué creer– acierta en su diagnóstico: los fanáticos sacan las cosas de contexto, confunden lo accesorio con lo esencial (cuestión ésta, la de la hermenéutica de los textos sagrados, que con justicia ha atraído una atención siempre creciente a lo largo de la historia de la Iglesia). E Hipatia sentencia: “Se trata de mercadear con la fe, ¿verdad?”

También hoy existen mercaderes que trapichean con lo sagrado, poniendo el lenguaje religioso al servicio de turbios intereses. No en otra cosa consiste el tomar el nombre de Dios en vano: en usarlo con objetivos espurios, de modo que el buen nombre de Cristo es mancillado en el ágora de este mundo.

Por eso, el film nos presta un saludable servicio: el de la voz profética que nos pone en guardia. Y es que en la búsqueda de la verdad estamos todos unidos. En palabras de Edith Stein –otra mujer filósofa, víctima de una cruel intolerancia, y cristiana–, en la búsqueda del creyente y del no creyente hay “una medida común” a cuya luz se puede examinar los resultados de sus respectivas investigaciones: la razón.

Soy consciente de que el film presenta de manera sesgada, o simplemente errónea, aspectos importantes. Más allá de las abundantes licencias biográficas que se concede el director –que, a mi modo de ver, aportan imaginación y lirismo a la obra–, la presentación de los datos históricos y del papel del obispo Cirilo en el desenlace distorsiona no poco la imagen de la vida en las comunidades cristianas de la época. Sobre eso se podría decir –y se ha dicho– mucho, desde la evidencia historiográfica y desde la comprensión de lo que el cristianismo ha significado y significa para el progreso de la Humanidad. En este sentido se puede consultar, por ejemplo, el minucioso análisis del film llevado a cabo por Juan Orellana o la documentada síntesis historiográfica recogida por Pablo Ginés. Esas distorsiones resultan dolorosas para los que buscamos la verdad y nos sentimos orgullosos de ser cristianos.

Pero no es esto lo que quiero resaltar ahora. Recibo con entusiasmo la llamada a la pureza de la fe y a la concordia entre los hombres –entre los hermanos– que se desprende del film. Bellamente lo dice Hipatia: es más lo que nos une que lo que nos separa. Gracias, filósofa casi desconocida, soñadora de la música celeste. Y gracias a ti, Alejandro.
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En la imagen: Rachel Weisz en Ágora, de Alejandro Amenábar (España, 2009).

sábado, 19 de septiembre de 2009

El día de ayer




Ayer fue un día muy hermoso. Un día lleno de paz y alegría. (Algunos de los que me leen dirán: pero, ¿cómo puedes decir eso? ¿No fueron horas tristes, de rabia e indignación ante la injusticia? Eres un providencialista, Pedro Jesús: un irenista fuera del mundo.)

Un gran día. Uno de esos que me gustaría recoger, con cierto detalle, cuando escriba –cosa que me gustaría, llegado el momento– mis memorias. (¡Qué despropósito!, dirán. Habría que borrarlo del calendario, como todas las horas de impostura y oprobio.)

A partir de las tres de la tarde, la jornada fue un sucederse de llamadas y visitas de amigos. No eran los primeros: desde las doce y diez me acompañaba un consuelo que yo no hubiese podido fabricar, una seguridad que me superaba: con su asistencia serena –abogado y defensor le llaman– me sentí llevado de la mano: “Pero yo estoy siempre contigo, de la mano derecha me has tomado” (salmo 73).

Lo guardaré todo conmigo, como estos últimos ocho años, con admiración y afecto. Siempre recordaré este día. Me acordaré de esta paz. De vuestros rostros a esta última luz. Conservaré el recuerdo de todo lo que hemos hablado. Lo llevaré entre mis manos, amorosamente, como se lleva un cuenco lleno hasta el borde de leche recién ordeñada.

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En la imagen: fotograma de El séptimo sello (Ingmar Bergman, 1956).

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Rodríguez Zapatero, Bobbio y la paz social



El pasado lunes formé parte del Tribunal que juzgaba una sobresaliente Tesis de máster. Se trataba de un trabajo de Tomás Rubio sobre los conceptos de igualdad y libertad en la obra de Norberto Bobbio. Con este motivo, durante los últimos días me he estado ocupando del prolífico autor italiano. Leyendo sus ensayos sobre la figura del intelectual y su relación con el poder no he podido evitar traer a la mente algunas cuestiones de actualidad.

Entre sus influencias, Bobbio reserva un especial afecto a pensadores como Julien Benda. El intelectual francés defendió posturas radicalmente racionalistas frente a los que consideraba síntomas de irracionalismo, avivados en el paso del siglo XIX al XX por la reacción a la corriente neopositivista. Tal irracionalismo se manifestaba, en política, en el auge del chauvinismo, del populismo, de una falsa tolerancia que pone en tela de juicio incluso los pilares de la democracia.

Benda -recoge Bobbio- "no pierde ocasión de protestar contra el falso liberalismo de los que, en nombre de una mal entendida libertad (que es amor a los propios intereses) toleran a los sepultureros de la libertad; contra el falso pacifismo de los humanitarios que predican la paz por encima de todo, cuando los valores supremos son la justicia y la libertad, no la paz" (La duda y la elección. Intelectuales y poder en la sociedad contemporánea, Paidós, Barcelona 1998, p. 37).

Personalmente, considero que la paz social es un bien nunca suficientemente ponderado y buscado. La cuestión estriba en si se puede mantener la paz social a cualquier precio. Benda -y, con él, Bobbio- pone de relieve que la paz brota de la justicia (entendida como igualdad proporcional) y de la libertad. ¿Se puede fomentar la paz con medidas que perjudican a la igualdad o a la libertad? No, desde luego, a medio o largo plazo. Cualquier intento de hacerlo proporcionará una tranquilidad frágil y efímera.

Me pregunto si el modo en que el Gobierno español ha decidido afrontar la crisis económica -por ejemplo, a través del incremento del IVA- consigue el efecto deseado. Dicha subida grava por igual a todas las rentas, a las bajas como a las altas. Con ese igualitarismo indiferenciado, la medida termina por resultar injusta (como lo eran las deducciones fiscales a todos los grupos de renta). Además, contribuye a ralentizar el consumo y, con ello, a ahondar en la espiral que amenaza con convertir en endémica nuestra elevadísima tasa de paro. De este modo, una medida publicitada como social e irenista se desvela como injusta y posible generadora de futuros conflictos sociales.

Algo similar se puede decir del episodio protagonizado el pasado viernes, en Madrid, por nuestros más altos mandatarios y el presidente de Venezuela, Hugo Chávez. Existe unanimidad en los medios de comunicación occidentales en la consideración de Chávez como un dictador populista. En un reciente artículo en Unidad, el disidente venezolano y filósofo amigo Carlos Casanova aportaba suficientes argumentos de primera mano. Recibir al dictador entre alharacas puede parecer prudente: un modo de cicatrizar heridas y evitar conflictos. Con todo, me pregunto si nuestros dirigentes no estarán echando así una nueva palada de arena sobre la tumba de la democracia venezolana. Y, todo ello, por intereses de grupo: los de las empresas españolas asentadas en Venezuela (un botón de muestra: ese mismo viernes, en entrevista a El país, Chávez hizo público el hallazgo de un yacimiento de petróleo que aportará pingües beneficios a Repsol).

Se puede actuar contra la igualdad y la libertad bajo la excusa de la búsqueda de la paz social. Nuestro personalista Gobierno actual está dando suficientes motivos para corroborar esa sospecha. Que intelectuales tan próximos a la izquierda -como Bobbio y Benda- nos llamen la atención sobre este asunto ha de movernos, cuando menos, a reflexionar.

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En la imagen: dibujo de Rafael Alberti. Fuente: http://nadiesalvoelcrepusculo.blogspot.com.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

El descubrimiento de la novedad




El pasado fin de semana fue muy hermoso. Desde varios rincones de España nos reunimos en Córdoba para asistir a la boda de Nacho y Ana. ¡Cuánto nos alegramos de estar con ellos! Y, por si fuera poco, pudimos disfrutar de algunas horas de turismo, en compañía inmejorable.

La mezquita-catedral de Córdoba proporciona una excusa más que suficiente para que la ciudad sea patrimonio cultural de la Humanidad. Tuvimos oportunidad de identificar las distintas fases de la construcción, con las sucesivas ampliaciones de su famoso “bosque de columnas” rematadas por policromados arcos superpuestos. No resultaba difícil imaginarse la mezquita tal y como debía haber sido durante sus primeros siglos: un espacio amplísimo, recorrido por hileras de columnas equidistantes, diáfano y solemne.

La conquista de la ciudad por parte de Fernando III (1236) tuvo que suponer un considerable quebradero de cabeza para los responsables del culto: ¿qué hacer con aquella obra impresionante? El modus operandi propio de la época (y el resentimiento hacia unos invasores que habían ocupado la ciudad durante más de cuatro centurias) aconsejaba quizá destruir el símbolo de la ocupación; la belleza del recinto, y la obligación que la captación de ese valor trae consigo, movía a respetarlo. Se optó por una vía innovadora: conservar el monumento, adaptándolo al culto cristiano. Y así se hizo. La aportación de mayor envergadura tendría lugar en el siglo XVI, de la mano del arquitecto Hernán Ruiz y de su hijo; bajo su dirección se incrustó en el interior de la mezquita una catedral renacentista que no tendría nada que envidiar a los grandes templos de Occidente.

El resultado es una combinación asombrosa de estilos, en cuyas junturas se aprecia el esfuerzo por hallar soluciones técnicas que permitiesen articular esa unión casi increíble. Es cierto que se sacrificó parte del recinto, pérdida que Carlos V habría reprochado con frase lapidaria (“habéis destruido lo que era único en el mundo, y habéis puesto en su lugar lo que se ve en todas partes”). Sin embargo, esa solución impidió definitivamente la decadencia del edificio musulmán. Y el producto ha terminado por constituir una unidad fascinante.

Mientras contemplaba tal prodigio arquitectónico no pude evitar hacerme algunas preguntas. En particular, me venían a la mente dos nociones que siguen ocupando un papel inmerecido en la forma mentis de muchos contemporáneos: ‘conservador’ y ‘progresista’. ¿A qué se refieren, en realidad? ¿Es conservar conservador, y cambiar progresista? Más aún: ¿qué es mejor en cada caso...? ¿No se trata de dos etiquetas semánticas volubles, cuyo sentido depende absolutamente del contexto en el que aparezcan? Basta con observar los usos políticos en las épocas de transición –por ejemplo, en los años que siguieron a la caída del muro de Berlín, o durante la época Yeltsin en Rusia– para comprobar que el campo semántico de esos términos se puede desplazar con facilidad.

Descubrir lo valioso en la historia –y en la propia existencia personal– es algo mucho más profundo. No bastan las etiquetas. Hay que mirar más lejos. Más allá de los tópicos está la precisa estatura de las personas y de sus ideas, el estancamiento de las sociedades o su apertura a novedades edificantes. Es necesario aprender a mirar, a reconocer, a descubrir.

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En la imagen: “Contraste”, detalle del interior de la mezquita-catedral de Córdoba, por SantiMB (fuente: flickr.com).

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Vida




En la escena final de su admirable film Ordet, Carl Theodor Dreyer muestra al matrimonio protagonista en primer plano. La exangüe Inger se deja abrazar por su marido, a quien literalmente se come a besos. Ha redescubierto el don de la vida, que de nuevo se abre ante ella, grávida de promesas.

También yo me siento así, hoy 2 de septiembre. Comienza de nuevo un curso. Empieza de nuevo la vida ("La vida, sí", repite Inger, "la vida").

Hace ya meses que he descuidado mi blog. Volveré a cultivarlo a partir de ahora. Durante mi ausencia, algunas entradas se han enriquecido con nuevos retoños, como si tuvieran vida propia - y es que, en cierto sentido, la tienen. Es el caso, en particular, de la entrada que publiqué el viernes 3 de abril de este año, bajo el título "Carta abierta a Manuela: Mosterín, aborto, potencia y acto". Que haya dado lugar a un diálogo tan fructífero muestra bien la eficacia del intercambio sereno de opiniones. Es, como tantas cosas, una promesa esperanzadora.

La vida empieza de nuevo. La vida, sí: la vida.

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En la imagen: fotograma de Ordet, de Carl Theodor Dreyer (Dinamarca, 1955).

lunes, 15 de junio de 2009

Existir humanamente



La introducción a Ser y tiempo es una casa confortable, abierta a vistas amplias y amenas. Martin Heidegger emprende ahí una búsqueda –de resultados desiguales– en torno a una pregunta básica. Su intención: despojarse de los lastres de la tradición metafísica (cosificadora, objetivante) y hallar el sentido originario del ser. Ya en las primeras páginas identifica en la persona –el Dasein– el interlocutor privilegiado al cual interrogar, el ente que será preciso analizar, puesto que toda pre-comprensión del ser tiene en él su origen. De esta forma, la pregunta ontológica adquiere, desde el principio, relevancia antropológica. Y el Dasein se manifiesta originariamente como el ser que se interroga, que hace de sí mismo una incumbencia óntica.

Hay momentos en los que esa incumbencia óntica se sustancia con toda su gravedad. Akira Kurosawa hace de ella un objeto privilegiado de indagación en su primera década de trabajo fílmico como director. Entre esos momentos destaca la peripecia del señor Watanabe en el hermoso film Vivir. La inminencia de la muerte –introducida en escena por el diagnóstico de un cáncer terminal– planta de bruces al reservado funcionario en medio de un interrogante más grande que su pequeña figura: la pregunta por el sentido de la vida pasada. E inmediatamente se transforma en una tarea que involucra a la totalidad de su ser individual: tarea que se resolverá –otra vez Heidegger– gracias a la cura, al cuidado por los demás.

Esos momentos se presentan sin avisar. Agustín de Hipona pasó por un trance similar cuando murió su amigo del alma; la vida se le convirtió entonces –recuerda en sus Confesiones– en una gran pregunta. Dámaso Alonso habla de la pobre mujer que, en su incertidumbre, anda curvada como un signo de interrogación.

También yo ando así curvado. Era necesario: la vida –existir humanamente– lo requiere. Es entonces cuando emergen, con mayor nitidez, las grandes evidencias. El vacío ser-para-sí permite que se muestre, con claridad y volumen, el ser-de-los-otros. Soy en el “vosotros”. Lo que soy me ha sido donado: a través de mis padres, de mis hermanos de sangre y de fe, de mi familia y amigos; por medio de la tradición cultural, de las instituciones; en el seno de una corriente secular de pensamiento y acción.

Dar las gracias es entonces la única respuesta real y certera. Aunque no baste: vivimos, nos movemos y existimos bajo el cielo protector. Ante la mirada amorosa de Dios, ningún agradecimiento es suficiente: dar por este amor todos los bienes sería despreciarlo.

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En la imagen: "BlueS", por Chaosinjune (fuente: www.flickr.com).

lunes, 25 de mayo de 2009

A nuestros primos hermanos europeos



El pasado sábado (23/05/09) publiqué "Ofensa a Europa: mi desagravio" en el diario La verdad de Murcia.

No salgo de mi asombro. He visto varias veces el video promocional del PSOE para las elecciones europeas y no doy crédito. En la filmación, ciudadanos de diferentes países europeos expresan en su lengua –a veces, con violencia gestual, o con resabio caricaturesco– opiniones cuestionables o radicales. Voy a centrarme en tres de ellos: los que representan a países europeos en los que he tenido la dicha de vivir meses o años.

Abre el video un joven holandés, apoyado sobre la barra de un bar, que –según se traduce a pie de pantalla– afirma lo siguiente: “Los inmigrantes nos roban el trabajo”. En realidad, a quien se refiere en su hermoso idioma no es a los inmigrantes, sino a los extranjeros en general (buitenlanders). Poco después, un campesino italiano, sobre el trasfondo de un extenso campo cultivado: “Creo que el cambio climático es una gran mentira”. Sigue un joven alemán, caracterizado –por el atuendo, por su ademán y por su dicción– como filonazi: “Pienso que la homosexualidad es una enfermedad”; y, por los gestos con los que concluye el video, nos da a entender qué es lo que haría con un homosexual si se topara con él por la calle. Habría que votar en las elecciones europeas, pues, para impedir que estos extremistas se hicieran con el poder.

Me he sentido muy dolido. Holanda, Italia y Alemania son países que amo. Sólo una deplorable ignorancia histórica y social puede caricaturizar de este modo a sus habitantes. ¡Holanda…! Quizá el país europeo con mayor tradición –plurisecular– de acogida de refugiados e inmigrantes; en cambio, queda relacionada aquí con la xenofobia. A la culta Italia, cuna de filósofos, científicos y artistas, se la intenta asociar –con mayor o menor fortuna– con cierto oscurantismo. Y Alemania, un país que tras la segunda Guerra mundial emprendió la tarea de recobrar su tradición tolerante desde la reflexión colectiva y la inequívoca voluntad política, esa Alemania aparece representada por un violento filonazi. Qué vergüenza.

Deseo expresar públicamente mi indignación. También, mi cariño hacia nuestros queridos primohermanos europeos. Un video de este tipo revela una mentalidad destructiva, a la que no interesa el proyecto común, que sólo busca llamar la atención de una ciudadanía considerada por sus artífices tan iletrada como ellos. Un método, como recuerda Hermann Tertsch, muy cercano a la descalificación caricaturesca de la que los nacionalsocialistas hacían blanco a los judíos. Con este tipo de acciones, el PSOE está deslegitimando irresponsablemente el proyecto socialdemócrata en España.

Sólo una cosa me hace albergar alguna esperanza en este sentido. He tenido ocasión de hablar largamente con un alto cargo socialista: una política de raza, buena conocedora de la estructura del partido, que me ha manifestado su sincera solidaridad. No todos somos así, me ha venido a decir: los responsables son indocumentados que están traicionando nuestro ideal europeísta, que nos están traicionando a todos.

Quiero creer que sus palabras se corresponden con la realidad, y que cada vez más personas toman conciencia de la gravedad del momento. Necesitamos aunar esfuerzos, desde la pluralidad de nuestras visiones del mundo, en torno a una racionalidad amplia y serena, realmente moderna y a la altura de los tiempos. No dejaremos que nos empujen a una irracionalidad cainita; no con nuestro consentimiento.
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Se puede consultar el texto en la página web de La verdad. En la imagen: Bandera de Europa, por Palm Z (fuente: www.flickr.com).

miércoles, 20 de mayo de 2009

Violentar la verdad



Mi tan querido Ingmar Bergman es autor de varios guiones de cariz autobiográfico, que han sido llevados al cine por otros directores. Entre ellos se encuentra el guión de Enskilda Samtal, vertido delicadamente en imágenes por Liv Ullmann. En una escena de gran altura filosófica, el anciano Jacob dialoga con su atribulada sobrina Anna. “Inscrita en lo sagrado está la verdad”, le dice Jacob, “y no se puede cometer un acto violento contra la verdad sin sufrir o sin hacer sufrir”.

Viene esto a colación por recientes declaraciones de la joven Bibiana Aído, ministra de Igualdad. En una entrevista concedida ayer a la cadena SER ha afirmado que un feto de 13 semanas, concebido por seres humanos, “no es un ser humano” sino sólo “un ser vivo”. Desde el ministerio de Igualdad se habría conectado después esas declaraciones con el manifiesto En contra de la utilización ideológica de los hechos científicos. En dicho manifiesto se afirma que “el momento en que puede considerarse humano un ser no puede establecerse mediante criterios científicos”.

No me extraña la polvareda que las declaraciones de Aído han levantado en la comunidad científica. Uno de los grandes problemas de nuestro país es el bajo perfil del sistema educativo, debido a las múltiples reformas y al sucesivo torpedeo a la cultura de la ciencia, el esfuerzo y el mérito. Por desgracia y antes del plazo previsto, los frutos de la degradación educativa han llegado ya al cuerpo ministerial. Padecemos desde hace años los efectos de una proverbial ignorancia de distintos ministros, que han sembrado la desunión entre la ciudadanía con declaraciones y actuaciones destinadas a alimentar pugnas ideológicas que España no necesita en este momento tan grave.

De esa laya son las afirmaciones de ayer de Bibiana Aído. Me parece inaudito que una persona con tal responsabilidad –y en asunto tan grave– se descuelgue con un error de ese calibre. No nos encontramos en el siglo XIII, en el que el relativo desconocimiento empírico del desarrollo del feto y las sólo especulativas nociones en torno a la herencia podían suscitar algunas ambigüedades sobre la generación humana. No. Somos los herederos de los trabajos genéticos de Mendel y De Vries, de la estructura helicoidal del ADN de Watson y Crick, de la secuenciación del genoma humano. Desde el punto de vista biológico y genético no cabe duda sobre la pertenencia del embrión a la especie humana.

Las consecuencias de nuestro conocimiento sobre el embrión en el plano moral son de hondo calado; tuvimos ocasión de debatirlo hace algunas semanas en este mismo blog. Quizá para evitar esas consecuencias, la ministra de Igualdad se ha visto forzada a cerrar los ojos ante la verdad. Pero no se puede cometer un acto violento contra la verdad sin sufrir o sin hacer sufrir. Ése es su error, y nuestro drama.

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En la imagen: cartel anunciador de Encuentros privados (Enskilda Samtal, Suecia-Noruega 1997).

lunes, 11 de mayo de 2009

Con tu secreta tristeza



Durante los últimos días me he acordado de ti. Nos conocimos hace un año. Caminábamos juntos por el bulevar, sintiendo la proximidad reconfortante del agua salada. Este fin de semana estuve allí de nuevo, y me pregunté por los últimos meses de tu camino entre nosotros, y por la secreta tristeza que se ocultaba en tu corazón.

¡Nos dejaste tan de repente! Sin un ademán que nos permitiera entender.

Un día sucede
Las esferas celestes dejan de producir su música
La rueca se para
El hilo de oro se corta
Y la eléctrica orquesta de nuestro cerebro enmudece
Como se apagan en un pueblo las luces cansadas
Al llegar el alba.

La Naturaleza sigue exuberante en ese rincón junto al océano. Tú reposas bajo un nuevo sol protector, disuelto ya el hielo que habitaba en tu vientre. Ahora sabes de nuestro dolor y nuestra culpa. Ahora comprendes toda la hermosura y por qué este anhelo de eternidad. Acuérdate de nosotros, afectuosamente tuyos, María Jesús.

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En la imagen: Fotografía de Tonyç (fuente: www.flickr.com).

domingo, 12 de abril de 2009

Jesús de Nazaret: veinte siglos de amor



(Tomo cuasi prestado el título de un capítulo de Vida y misterio de Jesús de Nazaret, obra de José Luis Martín Descalzo; los versos, del poemario de Pedro Salinas La voz a ti debida.)

¡Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido!
Rendirse
a la gran incertidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías
—azogues, almas cortas—, aseguran
que estoy aquí, yo inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los hombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy buscando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
(...)
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar, quieto, muerto ya. Morirse en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.

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En la imagen: "Je t'aime", por Uploaded (fuente: www.flickr.com).

viernes, 3 de abril de 2009

Carta abierta a Manuela: Mosterín, aborto, potencia y acto



A principios de marzo publiqué una entrada en este blog dedicada a la cuestión del aborto ("Una chica de nuestra ciudad"). No era la primera ocasión; ya la había afrontado, al menos, en otra ("Despreciar la ciencia"). Una lectora, Manuela, ha respondido a ese último post sobre el tema reproduciendo gran parte de un artículo de opinión publicado por Jesús Mosterín el 24 de marzo en El país y disponible en red ("Obispos, aborto y castidad"). Considero un deber moral tomarme en serio a las personas que hablan conmigo, o que me escriben. Por ese motivo he querido exponer a Manuela varias reflexiones. Comencé a escribir... y el resultado excede, a mi modo de ver, la extensión propia de una respuesta en un foro. Así que voy a reproducirlo aquí, a modo de nueva entrada.


Estimada Manuela:

Ante todo, un cordial saludo. La indignación a la que hace referencia es buena señal: significa que es usted una persona sensible a las cuestiones morales (la “justa indignación” constituye, según Aristóteles, una virtud en sentido propio). También a mí me pasa a veces. Con mucho gusto he publicado su entrada en mi blog. Permítame que le haga notar ahora, con la misma disposición, que el artículo que reproduce sí deja cabos sueltos – ¡y cuántos!

Lo leí en El país el mismo día de su publicación. Y es que los defensores de políticas alternativas al aborto no somos –no, desde luego, en mi caso– “fundamentalistas” que no ven más allá de su nariz. ¿Se ha dado cuenta de los apelativos que Jesús Mosterín nos dirige en su artículo (en la parte no reproducida en su mensaje)...? Muy poco caballeroso, y muy poco filosófico. El diálogo en democracia exige respeto, buen trato, sensibilidad hacia los matices. Y exige apertura. Procuro estar informado de los argumentos de los demás. Y procuro seguir la pista a los principales diarios, incluido El país, que en varios sentidos es un excelente periódico del que he sido suscriptor. Eso sí, todo ello no tiene porqué mutilar mi sentido crítico: sentido del que medios como éste y autores como Mosterín han abdicado en esta materia, más preocupados por las resonancias ideológicas de la cuestión.

El argumento central de Mosterín aparece al inicio del texto que usted reproduce: "La campaña episcopal se basa en el burdo sofisma de confundir un embrión (o incluso una célula madre) con un hombre". Dos errores de bulto se cuelan ya aquí. En primer lugar, confundir al Episcopado con los que defendemos políticas alternativas al aborto (¡que yo sepa, no soy obispo!). En segundo lugar, afirmar que identificamos al embrión con un ser humano adulto. ¿En qué cabeza cabe eso? Está claro que el embrión constituye la fase inicial del desarrollo de un organismo, que sólo varios años después llegará a la adultez. Ahora bien: ese organismo pertenece, gracias a la estructura de su ADN, a la especie humana; si dicho proceso no es obstaculizado (por causas naturales o artificiales), dará lugar a un ser humano adulto. Esto es científicamente evidente gracias a la genética. Decir que "el único motivo para prohibir el aborto es el fundamentalismo religioso" no deja de ser una frase sorprendente: el principal motivo para buscar soluciones alternativas al aborto es de orden científico y ético.

El autor intenta fundamentar su postura aludiendo a un filósofo tan respetado como Aristóteles: concretamente, a su distinción entre potencia y acto. Una bellota no es un roble en acto. Es fácil constatar que se trata de un roble en potencia. Del mismo modo –añado– el embrión no es una persona plenamente actualizada: constituye una fase inicial de su proceso de actualización. Por cierto: tampoco un bebé de doce meses es una persona plenamente actualizada; ni un niño de diez años. Más aún: a lo largo del día, usted misma pasa por fases en las que, por decirlo así, “retrocede” en la actualización de sus operaciones superiores (las que Aristóteles relacionaba con el alma racional, específicamente humana); así, por ejemplo, durante el sueño adopta usted una forma de existencia de muy bajo perfil desde el punto de vista de la actualización de sus potencialidades. Lo mismo se podría decir de un ser humano bajo los efectos de la anestesia total. ¿Significa todo ello que matar a un bebé de doce meses, a un niño de diez años o a una persona durmiendo o bajo los efectos de la anestesia total no tiene gravedad moral? ¿Habría que aceptar que un ser en esas fases de su desarrollo, o en períodos de escasa actualización de sus potencialidades, no es un ser humano en absoluto...? Incluso el propio Mosterín tiene que reconocer -no le queda otro remedio- la relación genealógica, ontogenética, entre el embrión y el ser humano adulto.

A lo anterior añade Mosterín un argumento sociológico: otros países permiten el aborto. Se trata de un razonamiento realmente débil. Basta una analogía para mostrar su debilidad: el mundo entero permitió durante siglos que se esclavizase a ciertas razas o clases; ¿significa eso que habríamos tenido que cerrarnos al progreso moral que supuso la abolición de la esclavitud...? Refugiarse en el "muchos lo hacen" no es más que una excusa para evitar pensar por sí mismo.

Por último –por lo menos, en lo que respecta a la parte citada del artículo–, la chusca referencia a la castidad. Claro está que si nuestros padres hubiesen renunciado a las relaciones sexuales, no existiríamos (de igual modo que si nos hubiesen abortado, señala el autor). O si no se hubiesen conocido, añado yo. O si uno de ellos hubiese fallecido antes de nuestra concepción. Pero de ello no se deriva en modo alguno que el aborto sea –ni de lejos– moralmente equiparable a la castidad. En ninguno de tales casos ha llegado a existir un ser humano en desarrollo orgánico unitario (de la potencia al acto, por volver a Aristóteles). En el caso del embrión, sí.

En fin: ya ve usted qué cantidad de cabos sueltos y de pseudo-argumentos. Desde Alemania, el investigador Francisco J. Soler les ha aplicado el bisturí de la crítica en un artículo en prensa digital, al que después ha seguido otro. Pero permítame referirme, por último, a su alusión inicial al derecho de la mujer a elegir libremente. Que un pretendido derecho entre en colisión con derechos fundamentales ajenos es buena muestra de que no era tal. Pero la cuestión es, si cabe, aún más grave. Se publicita el aborto –de auténtica propaganda tildaría esa identificación entre "aborto" y "derecho a la libertad"– como solución a un problema. ¡Qué dramática confusión!

¡Cuántas personas –miles– están sufriendo bajo los efectos del síndrome post-aborto! Se trata de un síndrome con secuelas psicológicas tipificadas; existe abundante literatura al respecto, tanto informes médicos como testimonios de mujeres (por ejemplo, el de Mª Esperanza Puente en "Yo pasé por ahí", Unidad 8 [mayo 2008] 10-12). Otras personas sufren a causa de una decisión precipitada de su pareja. Ojalá todos encuentren pronto la paz interior: nadie está tan lejos de ella que no pueda hallarla. ¿Realmente es tan liberador el aborto? ¿No sería más razonable y más civilizado buscar soluciones alternativas? ¿No las tenemos, hoy, al alcance de la mano? Miles y miles de matrimonios esperan largamente su turno para adoptar bebés. ¿No podrían salvarse todos: madre e hijo? ¿Por qué ese afán por elegir la solución menos razonable, menos aceptada, menos buena para todos…?

No, Manuela. No puedo aceptar argumentaciones tan falaces como las que Mosterín esgrime en este caso. Ni la ciencia ni el sentido común avalan esa postura. Como tampoco legitiman cualquier medida contra el aborto, o la simple inhibición: es preciso ayudar activamente a las madres en apuros. No sería justo que me encasillase: ni soy fundamentalista, ni neocon, ni lindezas similares. Soy una persona de mi tiempo, procuro cultivar mi sensibilidad hacia los matices y el sentido crítico. Precisamente por eso no estoy dispuesto a insultar a nadie ni quiero que se criminalice a víctima alguna. Sólo deseo que logremos ponernos de acuerdo en torno a la racionalidad y al amor por el ser humano.

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En la imagen: "Hope", por Herby_fr (fuente: www.flickr.com).

lunes, 30 de marzo de 2009

Lectura para una road movie



Vuelvo de Gerona, donde he impartido unas clases de Antropología filosófica en un contexto muy grato. Un viaje constituye siempre una ocasión para pararse –qué aparente paradoja– y reflexionar. Precisamente por eso elijo el tren en lugar del avión. Esa función catártica del viaje –salir de la rutina para encontrarse– se halla reflejada en numerosas obras de la literatura y del cine. Pienso, por ejemplo, en ese periplo hacia la propia identidad que se halla contenido en Il fu Mattia Pascal, de Luigi Pirandello; también el profesor Borg prefiere el coche al avión, desencadenando así un decisivo viaje interior, en el hermosísimo film de Ingmar Bergman Fresas salvajes (Smultronstället). Por no hablar de los clásicos.

Durante el viaje de ida aprovecho para terminar de leer en el tren un magnífico libro. Se trata de un texto escrito por Laura Bossi, pensadora milanesa residente en París: Historia natural del alma. Bióloga especializada en neurología, Bossi demuestra ser una intelectual de profunda y amplia formación filosófica. Esta Histoire naturelle de l’âme, publicada en 2003, ha sido traducida al castellano por Eric Jalain y editada en 2008 por Antonio Machado Libros, en Madrid.

La autora parte de lo que denomina “eclipse del alma”: la progresiva desaparición de este concepto del ámbito científico e intelectual, donde viene a ser sustituido por términos sectorialmente más adecuados (mente, psique, estructura psicosomática, cerebro, sinapsis). Su hipótesis de fondo, que acredita a lo largo de la obra, es que ese eclipse corre parejo a una progresiva incapacidad de integrar nuestro conocimiento sobre el ser humano en un modelo conceptual suficientemente preciso y comprehensivo a la vez. El resultado: una empobrecedora parcelación de la persona, hoy a menudo asimilada a la bestia –a su vez, humanizada, como en el caso del Proyecto Gran Simio– o a una inteligencia desencarnada –como en la versión maximalista del proyecto de la inteligencia artificial. En cambio, el ser humano se halla integrado en la Naturaleza orgánico-animal, a la vez que la trasciende.

Bossi no oculta sus simpatías hacia modelos holísticos como el aristotélico, a la vez que presta gran atención al tratamiento moderno de la scala naturae (Leibniz, Bonnet, Robinet, Schelling) y al hilozoísmo postdarwinista (Haeckel, Weismann). Particularmente interesantes me resultan sus reflexiones a caballo entre filosofía, psicología y neurología, como en las páginas (231-233) que dedica a la convergencia de la teoría clásica de las tres almas –en versión esencialista (Platón) u operacional (Aristóteles)– con la “recapitulación” biológico-evolutiva (Haeckel) y la descripción funcional de las áreas del cerebro llevada a cabo por MacLean en los años sesenta.

La obra es tan ambiciosa que en ciertas ocasiones –particularmente, cuando la autora toma en consideración a pensadores que no están próximos a su universo intelectual– resulta superficial e inexacta. Con todo, creo que se trata de un magnífico texto de referencia en el campo de estudios ligado a la antropología filosófica y al problema mente-cuerpo. ¿Qué mejor lectura para una road movie?

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En la imagen: en el tren de camino a Vic (Osona), fotografía de Visualpanic (fuente: www.flickr.com).

lunes, 23 de marzo de 2009

No seré nunca juguete roto




Un juguete es algo muy hermoso. Sin embargo, en castellano reservamos la expresión ‘juguete roto’ para referirnos a algo que, habiendo perdido su función, no posee ya valor alguno.

El primer discurso de Rodríguez Zapatero una vez ganadas las elecciones de 2004 fue, para muchos –entre los que me incluyo–, ilusionante. Yo me encontraba en Pamplona, donde acababa de finalizar un excelente congreso en torno a Immanuel Kant en el año de su bicentenario. El presidente electo hablaba sobre un nuevo talante en las relaciones entre los partidos, sobre una política de diálogo, abierta al ciudadano.

¡Cuántos motivos para sentirnos defraudados! Pensaba esto mientras leía en Abc que sólo un 3,5 por ciento de las leyes previstas en el último programa electoral del PSOE han sido aprobadas. Aunque quizá haya que agradecer esta proverbial pereza de nuestros ministros, mucho más interesados por sus respectivas campañas publicitarias. En este sentido, resulta bastante significativo que el ministerio de Ciencia e Innovación haya optado por inyectar dinero a la campaña que debe ensalzar las excelencias del Plan de Bolonia en lugar de abrir un debate público, riguroso y sereno en torno a las posibilidades del nuevo sistema universitario y a sus aspectos mejorables. Y es que lo que interesa es convencer. Ahora bien, la persuasión basada en lo agradable de las palabras y de las imágenes –y no en la fuerza de la verdad expresada en argumentos públicamente contrastables– ha sido, desde la Grecia clásica, el distintivo de la peor ralea de sofistas.

Ese interés por la faceta publicitaria de la imagen explica el desasosiego producido en varios miembros del Gobierno español por la reciente campaña de la Conferencia episcopal contra la ampliación de la ley del aborto. Basada en dos sencillas imágenes (un bebé y una cría de lince ibérico) y un mensaje inequívoco (el primero merece tanta protección como el segundo), la campaña desembarca en un ámbito –el de los símbolos y las asociaciones visuales– que el partido en el poder ha sabido explotar con eficacia.

Resulta curioso constatar el nerviosismo que esas imágenes desvirtuadas han generado en los altos mandos, poco acostumbrados a verse batidos en su propio –y resbaladizo– terreno. Pero no es un caso aislado. Fijémonos, por ejemplo, en la crisis interna que ha desatado el desapego expresado por el Gobierno de Barack Obama respecto de la poco hábil política de la ministra de Defensa. Recientemente, la famosa foto de aquel otro ministro con los venados provocó polémica y dimisión en un gabinete nada dado a la autocrítica. La reciente noticia de que cofradías de distintas ciudades van a poner en marcha campañas formativas contra el aborto ha provocado el rechazo inmediato de la ministra de Igualdad (¿pero la democracia no implicaba participación ciudadana?); y es que la Semana santa española es otro ámbito social que aúna sensibilidades de varia laya. Por su parte, la ministra de Fomento se ha descolgado con unas declaraciones dignas de elogio múltiple: en el transcurso del anuncio de inversiones para la A-32 y su entorno medioambiental ha afirmado que ocho millones de euros irán destinados a la protección del lince ibérico, “y más ahora, que hay una campaña con la que intentan devaluarlo”. Ha dado en el clavo. Que la susodicha campaña promueva hacer valer los derechos de un embrión humano no puede significar otra cosa que se pretende devaluar al lince. Claro está.

No me resisto a dedicar a nuestro florido plantel de ministros –con el cariño de quien un día confió en el talante– algunos versos de una canción de Víctor Manuel, editada en aquel entrañable álbum con Ana Belén Para la ternura siempre hay tiempo. Dicen así: “No seré nunca juguete roto. / No estaré arriba de cualquier modo. (…) Monto un caballo que yo controlo, / no me deslumbra el brillo del oro”. No, no quiero ser nunca juguete roto. Mientras tanto, nuestros deslumbrados ministros –como le bambole de aquella otra canción– avanzan por el camino de su propia inanidad.

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En la imagen: fotografía de Sylvinwonderland. Fuente: www.flickr.com.

jueves, 5 de marzo de 2009

Una chica de nuestra ciudad



El comité de expertos creado por el Ministerio de Igualdad para debatir la modificación de la ley del aborto ha presentado hoy sus conclusiones. Propone que se legalice la interrupción voluntaria del embarazo –sin justificación alguna– hasta las 14 semanas (22 en caso de anomalía o riesgo para la salud), así como la prestación a chicas a partir de 16 años sin información ni consentimiento de los padres. Por otra parte, se debería sacar el aborto del Código penal – es decir, informa El país, que “en ningún caso las mujeres podrán ser castigadas con penas de prisión por abortar”. En otras ocasiones he tratado aquí la cuestión de fondo.

Todo esto me ha recordado una anécdota. Fue la pasada noche de Navidad. Como todos los días 25 a las nueve, un grupo de ciudadanos se había congregado frente al establecimiento abortivo situado en el barrio de San Diego (Lorca). Puesto que yo pasaba esos días en mi ciudad natal, con mis padres, pude asistir a la concentración.

Tres chicas se incorporaron al grupo y se situaron junto a mí. Una de ellas me preguntó en voz baja qué estábamos haciendo. Les conté que nos reuníamos para rezar por los seres abortados y por sus madres. La chica que hacía las veces de portavoz –tendría en torno a quince años– repuso con desparpajo que no eran seres humanos, sino fetos. Le dije que según la biología esos seres, dotados de ADN, se encuentran en la fase inicial de la vida de una persona. Es más –le pregunté a mi interlocutora–, ¿qué hubiera sucedido si tus padres hubiesen pensado como tú ahora? ¿Qué habría pasado contigo...?

- Bueno...–dudó por un momento–, yo no hubiera sentido nada.

Quien no vive, claro está, no padece dolor alguno (cuando yo estoy, no está la muerte; cuando está la muerte, yo no estoy: Epicuro dixit). Pero ¿es eso todo? ¿Realmente sabemos lo que significa nuestra ausencia eterna? Hay una película que ilustra lo que puede suponer para el mundo la ausencia de una persona: Qué bello es vivir, de Frank Capra. Cada uno de los seres humanos es un don insustituible para los otros.

Según datos publicados el pasado 2 de diciembre, el número de abortos en España ascendió a 112.138 en 2007. Estas cifras ocultan un abismo. El abismo de miles y miles de mujeres que se someten a intervenciones que las marcarán con graves daños psicológicos (síndrome post aborto). El abismo de madres que eliminan a sus hijos ante la soledad propia o la presión del entorno. El precipicio de la ignorancia de jóvenes a las que una información falsa e interesada ha convencido de la inanidad de esa acción.

¿Somos conscientes de la enorme gravedad del proceso que está en marcha? ¿Qué hacemos para evitar esta tragedia social? ¿Realmente nos importa? ¿Estamos ayudando a nuestros adolescentes a comprender que cada ser humano es un don para el mundo...? De la respuesta a estas preguntas no depende sólo el futuro: también nuestro presente.

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En la imagen: “Distant Sun”, por Visualpanic (fuente: www.flickr.com).

viernes, 27 de febrero de 2009

La sombra del rotulista es alargada



Durante la primera edición del Telediario de hoy (TVE 1) ha tenido lugar un leve error técnico. En el transcurso de la información relativa a la campaña electoral en Euskadi, y sobre la imagen del líder del PP, ha aparecido el rótulo “Mariano Rajoy, candidato a lendakari”. No es la primera vez que se producen confusiones chuscas relacionadas con la rotulación de informaciones televisivas concernientes al Partido Popular. Televisión Española se ha apresurado a disculparse ante la formación política. Pues bien, este hecho me ha recordado un incidente similar –y, en cierto sentido, enigmático– que se produjo en nuestro país en 1986.

Se estaba celebrando el Campeonato mundial de fútbol en México, mientras en España se desarrollaba la campaña electoral de los comicios generales. La selección española acababa de vencer a Dinamarca por cinco goles, cuatro de ellos del muy popular Emilio Butragueño. La segunda edición del telediario abrió con las imágenes de la victoria y, en concreto, mostró el primer gol, marcado por el buitre. Mientras el balón entraba en la portería, en la franja inferior de la pantalla se sobreimpresionaba un rótulo inusual: PSOE.

Fueron sólo décimas de segundo, pero aquel fallo dio mucho que hablar. El rótulo “PSOE” no corresponde a objeto informativo alguno que pueda aparecer en una imagen. ¿De dónde procedía entonces? Los defensores del ente público afirmaron que podía ser una reliquia de campañas en las que sí se utilizaban títulos semejantes. Más tarde, el que había sido director de los Servicios informativos de TVE durante aquella campaña electoral, Enric Sopena, expresó sus dudas en torno al suceso: según Sopena, cabía la posibilidad de que se hubiese tratado de una estratagema para desprestigiar al propio PSOE.

Desde entonces, en España quedó claro que un fugaz rótulo televisivo puede esconder enrevesadas estrategias de manipulación política. Aquel incidente fue recogido en un libro, ricamente ilustrado con ejemplos publicitarios, que cayó en mis manos recién publicado y cuya lectura me impresionó no poco. Se trata del volumen de Eduardo García Matilla Subliminal: escrito en nuestro cerebro (Editorial Bitácora, Madrid 1990). La utilización de técnicas subliminales en ámbitos como la publicidad viene siendo objeto de estudio por parte de la psicología experimental, al menos, desde los años cincuenta. En el libro se alude a un artículo en primera página del London Sunday Times (10/06/1956) como primera referencia documentada al respecto. Eso sí, a esto habría que añadir que la reflexión en torno al impacto de lo estético en la formación del carácter y las opiniones nos acompaña desde la Antigüedad clásica – piénsese, por ejemplo, en La república de Platón.

García Matilla había ocupado como periodista distintos puestos en TVE y RNE; puesto hoy a rastrear su pista a través de Internet, constato que diecinueve años más tarde preside Corporación Multimedia. Ha sido grato reencontrar en la web al autor de ese libro que tanto me dio que pensar durante una época en la que orienté mis estudios hacia las Ciencias de la información. Y es que, ayer como hoy, la manipulación acecha con caracteres casi imperceptibles.

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En la imagen: captura de la pantalla en la que apareció sobreimpreso el rótulo objeto de polémica en 1986 (TVE 1, segunda edición del Telediario, 19/06/1986).

lunes, 23 de febrero de 2009

La dimisión y el tendero kantiano



He estado a punto de publicar esta entrada movido por el optimismo. Que un ministro envuelto en un escándalo dimita constituye, en principio, un signo de normalidad democrática: esa normalidad que tan rara parece en los últimos tiempos y que tanto deseamos en nuestro país. Ha tenido que aumentar –hasta niveles inéditos– la tensión entre la Judicatura y el ministerio de Justicia, y han debido salir a la luz irregularidades legales de distinta laya (caza sin licencia, connivencia aparente con el poder judicial) para que se imponga la cordura. Se trata de un sano ejercicio de autocrítica del ministro en cuestión.

Pero, como digo, me estoy dejando llevar por el optimismo. Y el buen Kant me disuade de ello. La imagen del tendero, con la que el filósofo prusiano ilustra la centralidad del deber en la acción moral (primer capítulo de la Fundamentación de la metafísica de las costumbres, 1785), resuena aquí con evidente cercanía. Imaginemos un comerciante que aplica a sus productos la tarifa usual de precios, sin elevar la plusvalía de forma arbitraria; aparentemente, actúa conforme a la moral. Ahora bien: puede ser que este tendero no lo esté haciendo porque sea honrado, sino porque elevar los precios le restaría clientela. Esta sencilla imagen, que mis queridos estudiantes de Ética fundamental suelen acoger con interés, ilustra perfectamente las luces y las sombras del caso.

Ojalá brotase la dimisión susodicha de un reparo ético, de una metamorfosis de la intención. Pero los indicios dan al traste con tan felices augurios. El ex ministro los desmiente con impenitentes declaraciones. Y la estrategia política sugiere que lo que molestaba no era la inmoralidad (manifiesta o aparente), sino sus consecuencias electorales en los procesos de Galicia y Euskadi: las fotos y el trasfondo de la dichosa cacería presentaban demasiados resabios caciquiles como para seguir permitiendo que erosionasen la imagen del partido. Ay: de nuevo, el tendero deshonesto.

Al menos, la luz y los taquígrafos han traído consigo la reprobación, por muy interesada que ésta sea. Y aquí, de nuevo, el filósofo de Königsberg nos da una clave de lectura (esta vez, en Idea para una historia universal en clave cosmopolita, 1784): en una sociedad abierta, incluso la megalomanía de los gobernantes –aun cuando sólo les interesase preservar su cuota de poder– ha de contribuir al bien de los ciudadanos. La extremadamente complicada realización de este principio se entreteje con la irregular historia de nuestra democracia.

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En la imagen: “El baile de los zapatos de colores”, por Inti (fuente: www.flickr.com).

lunes, 9 de febrero de 2009

Desconcierto



Hace más de un mes que no escribo en mi blog. He seguido visitando las casas virtuales de mis amigos, que seguían reconfortantemente habitadas. Pero la mía no la he cuidado. Si me pregunto el porqué de esta dejadez transitoria, sólo se me ocurre una respuesta: por el desconcierto.

Durante los últimos meses ha crecido en mí la sensación de desconcierto. A ello ha contribuido decisivamente la preocupante situación de nuestro país. Mutatis mutandis, el dolor Spaniae de los noventayochistas se podría reeditar hoy sin dificultad. La pobre preparación intelectual de nuestros gobernantes y su escasa estatura moral nos han dejado precipitarnos en una crisis que tiene visos de retroalimentarse largamente.

Y no me refiero sólo a la grave recesión económica. Antes aún se encuentra el desplome de un sistema de enseñanza que, pese a la buena voluntad de profesores e implicados, no logra hacer frente a las secuelas de leyes educativas que han relegado la búsqueda del saber, la transmisión de conocimiento y el esfuerzo. Un desplome suficientemente acreditado por distintos organismos internacionales y por el desánimo de tantos profesores de enseñanzas medias. Sólo hace dos meses, un vocal asesor del Ministerio de Ciencia -Gregorio Planchuelo- me dijo, en respuesta a una pregunta que le formulé, que "no le consta" semejante crisis. No resulta extraño. Tampoco divisaban la crisis en el horizonte los "expertos" económicos del ministerio contiguo. Como a muchos no consta desfondamiento moral alguno en la trama errática de nuestra política internacional, en la ruptura de las solidaridades entre las regiones o en el despilfarro masivo de algunos jerarcas territoriales.

Creo que esa inquietante falta de consciencia -sea real o fingida- ha influido no poco en mi desconcierto. Es como si hubiera cada vez más gente que no estuviera en su sitio (Lolamundi dixit). Gente que juega a regir los destinos de un país. Gente que juega a ingeniería social. Que juega el juego del lujo despótico. Que juega a contar mentiras, a manipular las verdades. A entretener en televisión. A captar el voto de los que no saben. A ignorar la realidad de aquellos a los que votan. A disimular. Un disimulo colectivo, alucinante, casi insoportable.

La creciente impunidad de los que destruyen da miedo. Maltratan el tejido político, económico y cultural de nuestra sociedad sin que se les borre la sonrisa de la cara. Sin rendir cuentas (porque, a menudo, tampoco se las pide nadie). Cuando algunos periodistas se atreven a recriminarles en voz alta sus atropellos, ellos miran a otro lado y hablan de "conspiración". Me inquieta la impunidad que se arrogan. La autoexención de responsabilidades -en nombre del colectivo, de la ideología o de un inexorable signo de los tiempos- es síntoma inequívoco de los totalitarismos de toda laya. Y es inhumano. El ejercicio de nuestra libertad nos convierte en sujetos responsables; sólo un materialismo eliminativista -o una hipocresía estólida- puede negar este dato antropológico.

El próximo jueves, 12 de febrero, es de nuevo el aniversario de Immanuel Kant. El ya anciano y consumido filósofo falleció en un gélido Königsberg hace 205 años. Pese al doloroso retroceso de sus capacidades intelectuales, afirmaba con orgullo que no había perdido el respeto hacia la Humanidad. Respeto hacia la Humanidad, reconocida y apreciada en los otros y en nosotros mismos: precisamente aquí se dirime el futuro de una civilización, la diferencia entre una crisis de crecimiento y el abandono culpable a una senilidad que produce monstruos.

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En la imagen: "El sueño de la razón produce monstruos", de Francisco de Goya y Lucientes (capricho nº 43, 1797-1798, dibujo preparatorio). Museo del Prado, Madrid.