jueves, 24 de enero de 2008

Lujos de la vida


Hay momentos en los que la docencia se muestra como lo que es y debiera ser: como la tarea de un buscador de tesoros o – por decirlo con la gráfica expresión de Bergman – de un buscador de perlas. Algunos alumnos y alumnas se convierten en verdaderos descubrimientos. Hoy he conversado largamente con uno de ellos, ahora ex alumno y amigo. Varios de los grandes temas de la historia del pensamiento han ido desgranándose con toda naturalidad; y es que la filosofía está enraizada en la vida. Así que he adelantado el post del próximo lunes – día en el que suelo publicar mi entrada semanal en el blog – para festejarlo.

Uno de los temas de nuestro tiempo es la autenticidad de la vida. A raíz de la revolución científica, la sociedad occidental ha experimentado un progreso inaudito en el ámbito de las ciencias naturales y de su aplicación técnica. Ahora bien, ese progreso ha dado lugar a formas de vida altamente industrializadas en las que las mediaciones sociales (normativas, administrativas, urbanas, mediáticas…) han venido a ocupar un papel muy relevante. Muchas personas – sobre todo muchos jóvenes – perciben con cierta angustia la presión de lo social (por ejemplo, de la mentalidad consumista). En clase he notado que esa presión mueve a no pocos a desconfiar de su libertad, a abandonarse a una especie de “determinismo social” que les lleva a contemplar su vida como algo extraño, inmanejable; como si, en realidad, no fuese propia, como si les estuviera siendo enajenada, alienada.

Mi admirado Andrés Ibáñez ha tratado este asunto en un reciente “Comunicado” de ABCD, titulado “Nadie vive su vida”. Lo ilustra con versos de Rilke: “Nadie vive su vida. / Los hombres son azar, voces, fragmentos, / rutinas, miedos, alguna felicidad pequeña, / disfraz desde la infancia…” Me viene a la mente la hermosa escena de esa irregular película de Bergman, Escenas de un matrimonio, en la que la protagonista (encarnada por Liv Ullmann) desvela una íntima perplejidad: no sabe quién es. Desde pequeña ha ido acostumbrándose a ser quien los demás querían que fuese, a disfrazarse de mil modos para conseguir el afecto de los otros… y ahora no tiene la más pálida idea de quién es. Sólo imágenes. Recuerdos en blanco y negro.

¿Quién soy yo? Y, directamente relacionada con esta pregunta, ¿qué debo hacer? ¿Qué va a ser de mí? Cuando Kant presenta el elenco de las preguntas fundamentales (que en parte coinciden con las anteriores), las remite a una cuestión última y omniabarcante: ¿Qué es el hombre? Julián Marías ha hecho notar que este interrogativo es la versión abstracta y cosificante de la pregunta existencial: ¿Quién soy yo...? De nuevo el enigma. Y este enigma no se resuelve desde la mesa de un escritorio: a él se contesta con la vida. Yo me construyo. En el marco que me establecen mis límites, claro está. Soy tarea. El ser humano es el único cuya existencia es siempre y esencialmente tarea; para sí mismo, el animal no es tarea sino cuerpo, cosa. Yo me proyecto y me edifico a través de la reflexión y de la libertad. El ser humano es “causa de sí mismo” (causa sui) – decía Edith Stein, recogiendo la expresión escolástica. Condenado a ser libre (Sartre); con la salvedad – puntualizaba Marcel – de que la libertad no es automática, de que hay que construirla activamente (si no, se convierte en una caricatura de sí misma). Está en la entraña de lo humano – y así lo experimentan con viveza muchos jóvenes – el preocuparse por todo ello.

Desde luego, hay veces en las que la docencia es un lujo.

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El artículo citado de Andrés Ibáñez apareció en ABCD (suplemento cultural de Abc) el sábado 12/01/2008, p. 20. En Internet se halla disponible una reciente conferencia en la que Julián Marías desarrollaba algunas de sus ideas sobre la persona humana, en diálogo con Kant y otros autores. En la imagen, un fotograma de Persona (Ingmar Bergman, 1966).

lunes, 21 de enero de 2008

Algo que se esconde tras la niebla


Recientemente vi de nuevo Lo que el viento se llevó. Admira comprobar lo bien que ha envejecido esta película. Más aún si se compara con la factura de otras (grandes) producciones del momento. Tanto la planificación como el montaje hacen gala de una destreza cinematográfica que aún hoy fascina (con la excepción, a mi modo de ver, de la manía por la omnipresente música ambiental, regusto quizá de la época muda del cinematógrafo). Por otra parte, la estructura psicológica de los personajes logra niveles notables de penetración. ¿Quién no ha contemplado con cierta complicidad la sagaz ambición de la encantadora Escarlata O’Hara...? Se trata de un personaje perfilado en gamas de gris, como la vida misma: capaz de heroísmo altruista – arriesga su vida en defensa de Melania Hamilton y de su hijo – pero también de abyecta bajeza – no duda en contratar a presidiarios en régimen esclavista con tal de abaratar los precios en su recién estrenada serrería. Asistimos a su pasión imposible por Ashley Wilkes, a sus casamientos sin amor, a sus devaneos con el capitán Butler, a la decadencia y recuperación de Tara.

Hay una escena que me llama poderosamente la atención. Escarlata ha contraído (terceras) nupcias con Rhett Butler; deja definitivamente atrás el espectro del hambre y la incertidumbre, y se siente protegida por un hombre que le concede todos los caprichos. Sin embargo, no deja de sufrir pesadillas. En sus sueños – le dice a Rhett – corre y corre detrás de algo que se esconde tras la niebla, algo que no alcanza a encontrar... Hermosa alegoría. La felicidad es algo así. Ni siquiera en los planteamientos materialistas – que hoy encuentran notable predicamento en nuestro país, de la mano de divulgadores como Punset – la felicidad llega a ser concebida como una magnitud fisiológica o neurológica aferrable. No puede serlo: se trata de una realidad existencial humana; como tal, pende del hilo de nuestra libertad... y de las circunstancias. Pero el sólo hecho de que el ser humano se plantee la cuestión de la felicidad resulta enormemente significativo.

Sólo las personas – o: los seres dotados de reflexividad – pueden proyectar su vida sobre el horizonte del futuro. Sólo la existencia humana admite ficciones – como la libertad o el amor – por cuya prosecución el hombre se supera a sí mismo. Hans Vaihinger reflexionó ampliamente sobre el valor de esas ficciones en su obra La filosofía del “como si” (1904). Las consideraba privadas de toda existencia real e incluía entre ellas conceptos tan dispares como ‘materia’, ‘alma’ o ‘Dios’. No estoy de acuerdo con él en esa visión positivista. Sin embargo, sí me parece acertado el enorme valor que concede a la ficción en la existencia humana. Existen ideas, horizontes teóricos y prácticos, que nos mueven a la acción y nos ayudan a ser más de lo que somos. Con independencia de que se logre alcanzar o no el horizonte anhelado, su búsqueda nos hace mejores. Es aquí donde se enmarca el concepto de ‘felicidad’. Buscando la felicidad – la vida lograda, la vida auténtica – ponemos en juego lo mejor de nosotros mismos. Aunque ella juegue al escondite con nosotros. En sustraerla a las sombras (en desvelarla), el ser humano cincela su mejor obra de arte: su propia existencia. Sin esa tarea y sin ese esfuerzo, también su propia vida permanecería oculta tras la niebla.
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En la imagen: Clark Gable y Vivien Leigh en Lo que el viento se llevó (Victor Fleming / Sam Wood / George Cukor, Estados Unidos 1939).

lunes, 14 de enero de 2008

Juan Nadie


[Juan Nadie es el título español de una película de Frank Capra: Meet John Doe. Se trata de un film emocionante y sugerente. El editorial de enero de Unidad en la pluralidad está inspirado en ese personaje: "Despierta, Juan Nadie". Bien vale ese editorial para poner letra a a pensamientos y acciones de las últimas semanas.]

"En una emblemática película, un joven desahuciado se convertía, de la noche a la mañana, en una estrella mediática. Y lo hacía encarnando el prototipo de gente corriente, de hombre de la calle o Juan Nadie. Su primer discurso radiofónico era todo un programa; millones de personas lo imitarían a partir de entonces. Vale la pena reproducir algunos de sus párrafos. “Voy a hablar de nosotros,” comenzaba, “la gente normal: los Juan Nadie. Si les preguntaran cómo es el Juan Nadie corriente, no podrían decirlo porque... es un millón de cosas. Es el señor grande y es el señor pequeño, es ignorante y es sabio; es esencialmente honrado, pero tiene un grado de ladrón dentro de sí. Rara vez entra en una cabina telefónica sin mirar en la ranura por si alguien se ha dejado diez céntimos. Es el hombre para quien redactan los anuncios, aquél a quien todo el mundo vende cosas, aquél que siempre acaba pagando el pato, y es la mayor fuerza del mundo. Sí señor, somos una gran familia los Juan Nadie. Somos los mansos que teníamos que heredar la Tierra.”

Los Juan Nadie están en todas partes y han existido desde siempre: “hemos construido las pirámides, hemos visto a Cristo crucificado, extraído metales para los emperadores romanos, navegado en la carabelas de Colón (...). Sí señor, hemos estado allí aportando nuestro grano de arena desde los inicios de la Historia del mundo, y en nuestra lucha por la libertad hemos golpeado la lona muchas veces, pero siempre hemos vuelto a la lucha porque somos el pueblo y somos fuertes. (...) La gente libre podemos cambiar el mundo”, decía Juan Nadie, “si nos lo proponemos. Sé que muchos de ustedes se preguntan: ¿Qué puedo hacer?, sólo soy un pobre hombre, yo no cuento.– Pues se equivocan”. Pero “tenemos que actuar todos juntos y lanzarnos. No podremos ganar el juego si no hacemos un trabajo de equipo, y ahí es donde aparece cada Juan Nadie. Depende de él el unirse a su compañero, y su compañero de equipo, amigos míos, es la persona que tiene al lado. Su vecino es una persona terriblemente importante (...) Para la mayoría de ustedes, su vecino es un extraño... Pero ahora ya no puede ser extraño nadie que forme parte de su equipo. Así que derriben esos setos que les separan. Derríbenlos, y derribarán todos los odios y prejuicios. (...) Sí, amigos míos: los mansos heredarán la Tierra cuando los Juan Nadie comiencen a amar a sus vecinos. Y será mejor que empiecen ahora: no esperen a que el juego se suspenda por falta de luz. Despierta, Juan Nadie. Eres la esperanza del mundo.” [De Juan Nadie (Meet John Doe, Estados Unidos 1941), dirigida por Frank Capra con guión de Robert Riskin.]

Siempre es la hora de los Juan Nadie. Ellos – nosotros – estamos siempre a punto de perecer y a punto de conseguir la victoria. Sin embargo, corren tiempos especialmente decisivos para los Juan Nadie españoles. Hemos recibido una enorme herencia, un patrimonio fabuloso: desde el acervo cultural (en nuestra tradición filosófica, jurídica, científica, literaria o artística) hasta el tesoro depositado en nuestras manos con la transición a la democracia y el establecimiento de un régimen de libertades. Por su relevancia histórica, su riqueza cultural y su posición económica, España está llamada a jugar un papel importante en el concierto de las naciones, en la construcción de la paz y en la solidaridad con los más pobres del mundo.

Sin embargo, esta alta tarea contrasta lamentablemente con el estado de la política nacional. Dominada por los intereses de las regiones; desorientada por polémicas artificiales ligadas a intereses de minorías; confundida por una retórica ambigua en la que sólo cuenta la imagen – y no la verdad y la honradez –, la política española ha alcanzado niveles de mediocridad que no resisten la comparación con otras democracias europeas.

Es preciso que los Juan Nadie españoles frenemos esta deriva. No se trata ahora de aferrarse a las diferencias que nos separan (y cuyos efectos devastadores pudimos experimentar en el pasado siglo). Se trata de invertir el proceso de degeneración que afecta a los ámbitos vitales de nuestra sociedad: en primer lugar, a la educación, trágicamente devaluada por leyes erráticas; en segundo lugar, a la convivencia, envenenada por los egoísmos regionalistas y por los delirios de grupos violentos amparados por la pasividad del Ejecutivo (o por su connivencia interesada); en tercer lugar, a la vivienda, abandonada a la especulación de promotores e instituciones de préstamo; en cuarto lugar, a la seguridad, puesta en juego por la incapacidad de nuestros gestores de afrontar con éxito las nuevas formas de delincuencia; en quinto lugar, a las propias formas de convivencia política, corrompidas por la descalificación y por la retórica engañosa. Todo ello halla su fiel reflejo en la pérdida de fuerza moral de España en la escena internacional, paralela a nuestra escandalosa cercanía a algunos de los regímenes totalitarios más crueles e hipócritas del planeta: Cuba, China o Venezuela, por ejemplo.

Se nos preguntará – como al Juan Nadie de la película de Capra – qué podemos hacer al respecto. Podemos hacer mucho. En primer lugar, generar la reflexión en las altas instancias del partido en el poder. El PSOE ha perdido el norte de su vocación política. Y lo ha hecho a causa de la inexperiencia, de la ineptitud y – en algunos casos – de la manifiesta falta de honradez del actual equipo de gobierno. Es urgente que el partido socialista, que representa a millones de españoles que se sienten legítimamente identificados con su concepción de la política, reoriente el rumbo de sus decisiones y atienda al bien común – en lugar de seguir políticas de imagen que apenas encubren una lamentable ausencia de ideas y de iniciativas reales de futuro.

Esto se puede lograr con el voto. En esta coyuntura es preciso que los votantes de izquierda deriven su voto hacia fuerzas actualmente más solventes. En particular, podrán hacerlo sin dificultades ideológicas optando por la Unión de Progreso y Democracia liderada por Rosa Díez y Fernando Savater. Es muy deseable que el Partido Popular gane las elecciones – con mayoría absoluta o sin ella – y que introduzca reformas legales que garanticen el cambio de rumbo. En particular, es urgente que se ponga freno al egoísmo desmesurado de los políticos nacionalistas, para evitar el aumento de la desigualdad entre las comunidades autónomas y una sangría económica que favorece programas sectarios y profundamente antidemocráticos en Cataluña y País Vasco o en Galicia y Baleares. Urge recuperar la credibilidad de la clase política en España. Del mismo modo, es necesario que nuestro país reanude relaciones normales y responsables con sus aliados democráticos, y que abandone las connivencias con dictaduras bananeras o totalitarismos asiáticos. Todo eso será posible con un cambio de rumbo, en el que los votantes de izquierda juegan un papel decisivo.

Los Juan Nadie sólo heredarán la Tierra si se unen. Por encima de las disputas ideológicas – que un nuevo concepto de política debe ayudarnos a superar – se encuentra la unión en la búsqueda del bien común. No es difícil aterrizar ese concepto – bien común – en algunos objetivos concretos: (1) educación de calidad que contribuya a la promoción real de nuestros jóvenes; (2) solidaridad entre las regiones; (3) accesibilidad de una vivienda digna; (4) seguridad en nuestras calles; (5) responsabilidad social de nuestros políticos; (6) lucha contra el totalitarismo en el orden internacional. Es hora de despertar. Y las urnas son el aldabonazo. Es nuestra la responsabilidad, y nuestra la esperanza."

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Editorial de Unidad en la pluralidad, 5 (2008), pp. 2-3. En la imagen: Gary Cooper y Barbara Stanwyck en Meet John Doe (Frank Capra, EEUU 1941).

martes, 8 de enero de 2008

Tiempo humano


La lectura depara, en ocasiones, grandes sorpresas. Una de ellas consiste en descubrir tesoros compartidos. Hay veces en las que se lee a un autor para descubrir, con emoción, que ha transitado por los mismos caminos que uno mismo, que ha albergado las mismas dudas y preocupaciones, que contempla los mismos paisajes intelectuales o espirituales. A menudo experimento esa sensación leyendo la columna semanal de Andrés Ibáñez en ABCD. Este sábado nos ha regalado algunas reflexiones sobre las edades del hombre y el tiempo (muy apropiado, tratándose del primer sábado del año). “La ansiedad es la maldición de la juventud”, escribe Ibáñez. Y la caracteriza como el deseo irrefrenable de ver cosas, conocer gente, hacer, lograr, triunfar, entrar. Me reconozco en ese diagnóstico: se trata de la aspiración a conquistar horizontes lejanos; y es uno de los motores de la Historia. “A partir de los cuarenta años, aparece otro nuevo tipo de maldición: la desilusión. Ambas, ansiedad y desilusión, se complementan. La primera surge de la convicción de que somos seres únicos, la segunda del descubrimiento de que somos seres como los demás. (...) El joven debe aprender a vencer su propia ansiedad, y el hombre y la mujer maduros a vencer su desilusión”.

En la segunda parte del artículo, Ibáñez afronta algunas reflexiones sobre la ambigüedad del tiempo: “Me asombra que ‘media hora’, por ejemplo, designe el mismo ‘tiempo’ que dura la quinta sinfonía de Beethoven y el ‘tiempo’ de hacer una tortilla de patatas. ¿Cómo pueden ambas medidas ser la misma?” Afirma a continuación que “ese tiempo lineal, medido con números y organizado de manera consecutiva como a lo largo de una cinta métrica, tiene muy poco que ver con la forma en que nuestra psique vive y registra las cosas”. Por ese motivo, “no creo que el tiempo tenga mucho que ver con nuestra realidad interna”. Creo no poder estar de acuerdo con Ibáñez en este punto. Por supuesto que ese tiempo lineal – lo he llamado “extensivo” en otros lugares – no tiene demasiado que ver con las vivencias humanas. Pero es que el tiempo humano no se identifica con esa métrica; ésta, a lo sumo, es la esquematización geométrico-matemática del discurrir. El tiempo humano no es extensivo, es “intensivo”. En cada instante de mi presente está contenido todo el tiempo anterior y se halla proyectado mi futuro.

Aquí vuelvo a coincidir con Ibáñez, que termina su artículo refiriéndose a una vivencia – la nostalgia – con la que viene a refrendar esta segunda concepción del tiempo. “Solemos interpretar la nostalgia como la tristeza por lo perdido, pero también hay una nostalgia del presente, como la hay del futuro. Tener nostalgia es sentir que hay una forma más profunda y verdadera de vivir que se nos escapa”. Me viene a la memoria lo que Albert Schweitzer escribió sobre Johann Sebastian Bach. Encuentro enseguida la cita en un hermoso libro, destinado al público juvenil, que Everest dedicó a Bach con motivo del tercer aniversario de su nacimiento (1985). A pesar de ser aún un niño, leer aquella cita me impresionó vivamente: “Este hombre sano y robusto,” decía Schweitzer, “que vivía rodeado por el afecto de una gran familia, que era la encarnación misma de la energía y de la afectividad, que tenía incluso una pronunciada afición por el humorismo, sentía en el fondo de su alma el intenso deseo, el ansia anhelante, la Sehnsucht del descanso eterno, y conocía, como jamás ser humano la ha conocido, la nostalgia de la muerte. Nunca esa nostalgia de la muerte ha sido traducida en música de una manera tan conmovedora”. Esa vivencia – la del anhelo de plenitud – demuestra con rotundidad que la experiencia humana del tiempo va más allá de la temporalidad de las cosas o de los estados de conciencia de los animales. Gracias a ella, el mundo vivido y lo porvenir se funden en nosotros, como realidades que fructifican o como semillas latentes. Ambas convergen en nuestro presente: el único momento del que realmente disponemos. El presente: momento, como señala Ibáñez, en el que “siempre estamos en la plenitud de la vida, porque siempre estamos vivos”.
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En la imagen: “La persistencia de la memoria”, de Salvador Dalí (1931, Museum of Modern Art, Nueva York).

miércoles, 2 de enero de 2008

Fin de año en Madrid


- Creo que Dios se enfada si pasas ante el color púrpura en el campo sin fijarte en él.
- ¿Quieres decir que hay que amar a todo como dice la Biblia?
- Sí Celie, todo quiere ser amado.


Vuelvo a Murcia en el Talgo, después de pasar un hermoso día con amigos en Madrid. Durante el viaje almuerzo un sándwich en el vagón-cafetería y leo la prensa. Los periódicos dedican sus portadas a la fiesta de la familia celebrada en la madrileña plaza de Colón. Cada diario aporta su particular coloratura, en una sana pluralidad informativa. Sin embargo, la versión de El país me parece chirriante. Se prodiga en encasillamientos ideológicos que en poco o en nada contribuyen a que el lector entienda lo que allí sucedió; por otra parte, en su editorial critica que aquella concentración tuviera un carácter “político”, como si eso añadiese un matiz vergonzante al asunto (¡qué necesario es que nos ocupemos de la polis, que nos preocupemos de las condiciones que posibilitan la convivencia!). Mención especial merece el tratamiento gráfico. El mundo o Abc reproducen numerosas imágenes que recogen lo que esa mañana vimos en Colón, en la Castellana, Recoletos y aledaños: familias, familias y más familias con sus hijos, caminando, orando, celebrando. En cambio, El país opta por tres fotografías: una, en tonos sombríos, con una panorámica de la plaza; las otras dos, desangeladas imágenes de grupos de obispos en hilera. Ningún plano próximo a los protagonistas del acontecimiento, como si el hecho de que miles de familias se hubiesen desplazado a Madrid desde tantos puntos de la geografía española no tuviese relevancia ni suscitase interrogantes; como si aquella mañana no hubiese sido un colorista maremágnum de jóvenes y adultos en fiesta. El periodismo nos ha de ayudar a entender qué pasa y por qué pasa; ejercido responsable e inteligentemente, posee un gran poder formativo, ayuda a construir la persona y la convivencia. Construido sobre la base de consignas acríticas y del desprecio de lo ajeno, deforma la visión del mundo y destruye. Que 2008 nos traiga consigo una mirada limpia, edificante.

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En la imagen: fotograma de El color púrpura, de Steven Spielberg (EEUU, 1985).