lunes, 24 de diciembre de 2007

24 de diciembre



Las Navidades son como los chaparrones de verano: te pillan desprevenido y ponen a prueba tu indumentaria. Claro que sabemos de antemano que viene la Navidad, y nos preparamos de distintas maneras; pero no se improvisa las situaciones vitales, y por mucho tiempo de que dispongamos no podemos planificarlas con antelación. La vida es como es. Estos días nos hallan con el dolor por Fran, nuestro amigo y hermano, que padece un prolongado proceso cancerígeno en la cama del hospital. Ayer me comunicaron que otra persona entrañable, Juan Torres, había tenido un accidente de coche en una carretera helada de Holanda; por la noche había muerto. Provi y Juanita: madres en cruz, que componen la sobrecogedora imagen de una Piedad rediviva. Todo ello contrasta agudamente con la imagen navideña que se transmite a través de las películas que las cadenas de televisión proyectan estos días, o con los estereotipos que muestran los medios en general: no, no todo va bien en Navidades, ni la Humanidad se encuentra en condiciones de disfrutar de la plenitud de una paz lograda o de una estabilidad conseguida. Quizá precisamente por eso, muchas mentes pensantes renuncian a celebrar estas fiestas: les parecen de un buenismo ingenuamente irresponsable, casi insoportable. Estoy de acuerdo. No ha lugar a optimismos empalagosos, no podemos – ni debemos – olvidar el mal, el sufrimiento de los inocentes y la corrupta arrogancia de los poderosos. Cierto. Pero es que la Navidad tiene que ver precisamente con todo eso. Punto por punto. En el nacimiento de Jesucristo están concentrados, en una sorprendente convergencia histórica, todos los dramas: el sufrimiento sin culpa, de su familia y de los neonatos betlehemitas; la soberbia del mundo, camuflada de piedad en el tirano Herodes; el anhelo y la promesa de redención, encarnada en el propio Niño; hay lugar incluso para la silenciosa falta de comprensión – en María y en José, que guardarían esos acontecimientos a la espera de poder comprender. La Madre sostiene al Niño en sus brazos, y compone con su gesto el anuncio de un nuevo abrazo: el de María al Cristo muerto en la cruz. El nacimiento anticipa la redención. Esta Navidad sí tiene que ver con la vida. Vale la pena celebrarla, con el espíritu henchido por el deseo y la esperanza.
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En la imagen: Kari Sylwan y Harriet Andersson en Gritos y susurros, dirigida por Ingmar Bergman (1973).


lunes, 17 de diciembre de 2007

Ocuparse de


El sábado pasado estuvimos de relaciones públicas. Presentamos en sociedad nuestra asociación “Ciudadanos por la unidad” y la revista, editada por “Ciudadanos”, Unidad en la pluralidad. Fue un acto hermoso, tanto por lo que allí se dijo como por el agradecido público y el marco arquitectónico (el palacete Ruano, situado en el centro de Lorca). La conferencia inaugural corrió a cargo de nuestro querido Enrique. En el editorial programático, publicado en el primer número de Unidad, afirmábamos que la revista tiene una intención eminentemente política; comentando esa frase, Enrique reparó en que, en nuestro contexto social, a quien dice eso se le pregunta casi de forma automática a qué partido pertenece – cosa que contraviene el espíritu mismo del compromiso político.

Me parece que dio en el clavo de uno de los grandes males que afligen a nuestra convivencia: identificar política con partidismo, con parcialidad y con pugna. Sin embargo, la política hace referencia a algo de mayor raigambre: el cuidado de la polis, de la ciudad. No se trata sólo – por importante que esto pueda ser – de un cierto interés por el marco que nos permite vivir en paz y desarrollarnos como colectivo y como individuos. El cuidado es un fenómeno propiamente humano, tal y como han puesto de manifiesto con especial finura pensadores como Heidegger y, en España, Ortega y Gasset o Marías. El ser humano se cuida de las cosas, se ocupa y se pre-ocupa de ellas.

Una de las palabras más hermosas de la lengua castellana recoge ese espíritu: esmero. El hombre y la mujer son capaces de esmerarse. No sólo hacen y deshacen, conocen y actúan sino que hacen, buscan el conocimiento y obran (o, al menos, son capaces de hacerlo) con esmero. Esta característica presupone un cierto modo de estar en el mundo, como ser reflexivo y ético. Esmero. Se trata de la palabra con la que se cierra un hermoso film de Zhang Yimou, Ni uno menos. Y qué esmerado resulta el modo en que el chinito aquel escribe esa palabra, en hermosos caracteres de filigrana, sobre la pizarra de su clase. La empresa política, en nuestros días, precisa de ese cuidado y de ese esmero.

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“Ciudadanos por la unidad” edita mensualmente la revista Unidad en la pluralidad. Con una tirada de 5.000 ejemplares, Unidad se distribuye tanto gratuitamente como a través de suscripción. La presentación de “Ciudadanos” tuvo lugar en Lorca el 15/12/2007. Martin Heidegger presentó la cura (Sorge) como característica originaria de lo humano en Ser y tiempo, obra publicada por primera vez en Halle a. d. Saale (Alemania) en 1927. La imagen procede del film Ni uno menos (1999), uno de los títulos más conocidos internacionalmente del cineasta de origen taiwanés Zhang Yimou.

lunes, 10 de diciembre de 2007

La humanidad del diálogo


Hoy hemos tenido un seminario científico ruspante, como dicen los italianos. O sea: con garra. Ha sido plenamente interdisciplinar. Hasta el final hemos perseverado Iñaki Vázquez (Antropología social y cultural), José Ignacio Rico (ídem), José Luís García Madrid (Fisioterapia), Enrique Arroyas (Comunicación), José Pedro Fuster (Humanidades) y yo. Después de un inicio sereno y de un cortés intercambio inicial de impresiones, el seminario se ha convertido en una batalla campal de las ideas, con el sonido de fondo de Las valquirias de Wagner. Y es que todo giraba en torno a Hannah Arendt, su concepto de la política y la relación entre verdad, historia y deliberación pública. ¡Ahí es nada!

Cada vez estoy más convencido de la necesidad de diálogo intelectual. Suena a banalidad, y debería serlo. Sin embargo, nuestro mundo académico se ha convertido en un columbario de compartimentos estancos. Como si la realidad estuviese compuesta de fragmentos y no fuera ese mundo común y compartido nuestro. En el origen de ese despiece se encuentra el proceso de especialización espoleado por la revolución científica del siglo XVII. Ante la especialización creciente, el esfuerzo de integración requiere cada vez más empeño. Y resulta ineludible: la realidad es una, y nuestra vida es unitaria; sólo si integramos lo disperso podemos hacerlo nuestro. El resto es información, pero no conocimiento (estupenda la reflexión de Leo sobre conocimiento y nuevas tecnologías en su blog Sobre ciencia y comunicación).

De manera que el intercambio de hoy ha sido sumamente provechoso. Además, entender por qué otra persona sostiene una posición contraria a la propia es muy formativo. Significa aprender a comprender. El diálogo con los libros resulta muy útil, y también lo es la confrontación con personas de carne y hueso. Construye. En el fondo, en el diálogo abierto nos encontramos todos. El problema viene cuando no hay diálogo, cuando se pasa por alto la diferencia intelectual. Lamentablemente, creo que esto último sucede muy a menudo en la Universidad española. Existe una saturación formal de información, pero poco intercambio real – y, por lo tanto, poco conocimiento. Fomentar el pensamiento crítico en el diálogo es una prioridad, comenzando por nuestras instituciones universitarias.

Enrique ha propuesto una continuación de nuestro debate, bajo el título “Ciudadanía y multiculturalismo. ¿Debemos invadir Somalia?” Me parece una provocación en toda regla. Y de las mejores: provoca a pensar. Cosa que, a fin de cuentas, forma parte de nuestro modo específico de insertarnos en la realidad. Dicho sea con Heidegger: el ser humano es el único cuya forma de ser parte siempre de una comprensión del mundo. Luego lo de esta mañana ha sido una muestra (más) de humanidad.

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Hannah Arendt (1906-1975) cursó estudios en Königsberg, Berlín y Marburgo: tres ciudades clave de la historia intelectual de Alemania - el Königsberg de Kant, el Berlín de Von Humboldt, Fichte, Hegel, Planck o Einstein y el Marburgo de la escuela neokantiana que lleva ese mismo nombre. Debido a la ley antisemita de 1933, fue inhabilitada para impartir docencia en la Universidad alemana. Se trasladó por ello a París, donde colaboró con la resistencia. Ante la ocupación nazi huyó en 1941 a Estados Unidos. Entre sus obras destacan Los orígenes del totalitarismo (1951) y Eichmann en Jerusalén, una antología de artículos publicados en The New Yorker con motivo del juicio a Otto Adolf Eichmann por crímenes de guerra contra el pueblo judío (1961). Es en esta última obra donde reflexiona sobre la banalidad del mal, dando lugar a un intenso debate que llega hasta nuestros días... y hasta nuestro seminario de esta mañana.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Sobre la mirada

















El pasado lunes mantuve una muy interesante conversación con Enrique. Hizo él referencia a la banda sonora de una película, en la que aparecía una versión musical del salmo 32: Exultate iusti in Domino. Como sobre otros temas, Enrique tiene una asombrosa cultura por lo que a las BSO se refiere. Pues bien, el pensamiento contenido en ese versículo me llama poderosamente la atención. Exultate iusti. A primera vista parecería tratarse de una exhortación algo moralista, un tanto fatua, dirigida a la élite de los selectos que lo hacen todo “como Dios manda”: ésos pueden y deben – parécese decir – regocijarse en el Señor. Casi se los imagina uno en sus mullidos sillones, exultando en la plenitud de sus carnes blandas y fumando un habano castrista con la satisfacción del deber cumplido – cual comerciantes exitosos que contemplan su buena estrella como signo de la predestinación divina (Calvino dixit, Weber completavit). Justos aburguesados, a fin de cuentas. Ahora bien, la exhortación del salmo no tiene mucho que ver con ese tipo de conciencias aquietadas, y Dios no parece poder ser esa especie de macrobanquero (aun sin gomina) que reparte beneficios a sus accionistas fieles. Como suele ocurrir, la tendencia – muy humana por otra parte – a traducir el hecho cristiano en los moldes de la retribución moral espontánea (do ut des) nos juega una mala pasada. Exultate iusti in Domino. ¿Qué significa “exultar en el Señor”…? Para la mentalidad veterotestamentaria, implica hacer memoria de las obras cumplidas por Dios en la Historia (general de la Humanidad) y en la historia (particular del individuo). Ahora bien, para hacer esa anamnesis – para contemplar – se precisa una cierta cualidad de la mirada: si tu ojo está sano, todo será luminoso (Lc 6, 22). ¿Cómo llamaremos a esa cualidad? ¿“Pureza” quizá…? Pero entonces nos arriesgaríamos a caer de nuevo en las redes del capitalismo moral: los puros (quizá, sobre todo, en materia sexual) serían los magnates del parqué. ¿“Rectitud” entonces? Correríamos el mismo riesgo. Quizá sea mejor acudir a situaciones que describan lo que las palabras sólo (equívocamente) sugieren. En A los que aman, Isabel Coixet presenta un personaje femenino que me resultó impactante. En trance de muerte, la protagonista alude al modo en que ha vivido: ‘quise que mi vida fuera luminosa, pero todo en torno a mí era oscuridad’. Una vida luminosa. La importancia de la mirada limpia sobre el mundo. Wim Wenders ha dedicado una película (irregular y maravillosa) a este asunto: Tan lejos, tan cerca (continuación de El cielo sobre Berlín). Muchos hombres – dice Natassia Kinski, transmutada en ángel sentado sobre la Puerta de Brandenburgo – han perdido la mirada adecuada sobre el mundo; por ese motivo, se han convertido en seres oscuros, que no contemplan nada y no escuchan a nadie (si tu ojo es oscuro, ¡qué oscuridad no habrá en ti!). Mirar con pureza el mundo implica, entre otras cosas, estar abierto al asombro. Como un niño. Hace poco se lo comentaba a mis alumnos: sólo alguien que se acerca a la realidad con la limpieza desprejuiciada de un niño puede siquiera plantearse las grandes preguntas. Porque plantearse los interrogantes últimos (como quién es el ser humano o quién soy yo) implica desmarcarse de las rutinas creadas por los hábitos teóricos y prácticos. Peter Handke lo expresa muy bellamente: cuando el niño era niño, era el tiempo de las grandes preguntas (“¿Por qué yo soy yo y no soy tú? ¿Por qué estoy aquí y no allá? ¿Cuándo empezó el tiempo y dónde termina el espacio? ¿Acaso la vida bajo el sol es tan solo un sueño? ¿Existe de verdad el mal y gente que en verdad es mala…?”). Los que dan cabida a esa mirada limpia experimentan el asombro y la alegría. Remitiéndose a Bach, Bergman habla en sus memorias de lo que denomina su alegría: el gozo que ha experimentado en el contacto con las cosas, y que sólo pareció fallarle alguna vez al final de su vida (“Dios mío, no dejes que pierda mi alegría”). Qué importante es la limpieza de la mirada. Quien la tiene exulta, y es bienaventurado. Exultate iusti in Domino. Esa exultación está relacionada con la moralidad en su sentido más hondo. Entraña una “fe racional” en la inteligibilidad del mundo, que a su vez constituye la base para un talante moral. Y esta idea sí que pertenece a la “albañilería kantiana” (gracias, Ángel). Quien vive de ese modo – escribe Kant – cree para obrar rectamente, obra rectamente para creer con alegría. Exultad, justos, en el Señor. Et gloriamini omnes recti corde.

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El poema de Peter Handke “La canción de la niñez” (Das Lied vom Kindsein) está traducido al español por Gabriela Fanzone y disponible en red (http://www.seikilos.com.ar/Handke.html). Fue incluido por Wim Wenders en El cielo sobre Berlín (Der Himmel über Berlin); impagable resulta escuchar a Bruno Ganz recitando esos versos (mp3 disponible también en esa página). La cita de Ingmar Bergman proviene de su libro Linterna mágica (Tusquets editores, Barcelona 2001, p. 53). El pasaje kantiano procede del poema que Kant dedicó a Theodor Christoph Lilienthal tras el fallecimiento de éste el 17 de marzo de 1782: “Profunda oscuridad cubre lo que sigue tras la muerte; / de lo que nos corresponde hacer: sólo de eso estamos ciertos. / No hay muerte que pueda arrebatar la esperanza a quien – como Lilienthal – / cree para obrar rectamente, obra rectamente para creer con alegría.” (Ak XVII 397). En la imagen: Natassia Kinski en Tan lejos, tan cerca (In weiter Ferne, so nah!, 1993).

martes, 27 de noviembre de 2007

Mónadas con ventanas


Qué hermoso es tener una ventana abierta al mundo. Eso sí, cada cual llama a su ventana como quiere. Y su denominación suele decir mucho del que se asoma a ella. Ahí tenemos a mi estimado Ángel, responsable delictivo de un blog sobresaliente – a veces por su hilaridad, a veces por su redacción – llamado (ojo al dato) “Está la cosa muy mala”. No sé si ese título se debe a una pulsión esencialmente pesimista o a la tendencia del autor a ironizar sobre todo ente que se preste (o no) a ello. Y ahí tenemos a nuestro otro querubín, Miguel Ángel, con su “No (ha) lugar”. Miguel Ángel está acostumbrado a las filigranas de la sintaxis postmoderna, que despliega de forma envolvente en su blog. Se trata, como en el caso anterior, de un blog altamente adictivo, por lo que recomiendo al lector que se abstenga de aficionarse (en realidad, esto es publicidad subliminal). ¿Y qué dirán ellos de mi título…? Como si lo estuviera oyendo. Se lamentarán: es que Pedro Jesús es un kantiano. Con su reproche quedarán resumidos dos siglos de prejuicios contra el pensamiento del filósofo de Königsberg, tachado de purista maniático y de sistemático sin alma. Bueno. Reconozco que el título de este blog es mucho menos brillante que los antes citados; por ser, resulta hasta academicista. Pero en fin, al menos aporta un matiz positivo frente a tanto veto. Puede ser cierto que está la cosa muy mala y que no ha lugar a muchas efusividades, pero también lo es que tenemos por delante una tarea constructiva. Por cierto, todo escéptico demuestra una íntima incoherencia en el acto mismo de proclamar su lema: en el fondo, y a pesar de todo, cree en la comunicabilidad de lo que piensa y en la utilidad de expresarlo. Estoy seguro de que estas últimas consideraciones agradarán mucho a nuestra querida Leonarda, autora de otro blog de título enjuto: “Sobre ciencia y comunicación”. Está Leo muy preocupada por otra labor arquitectónica, a saber, la edificación de la Universidad española (casa común de salas espaciosas e intrincados pasillos, a veces magnífica en sus alhajas y veces amenazando ruina por las esquinas). A cada blog, su tarea.

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En la imagen: René Magritte, "La condición humana" (1933). De ésta y algunas otras obras de Magritte ha realizado Jacinto Rivera de Rosales una interesante interpretación: "Magritte y lo trascendental", Sileno 16 (2004) 19-25. Disponible en línea [en caché].